¡Feminismos! Eslabones fuertes del cambio social

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América Latina: la reinvención del feminismo como respuesta a la violencia machista

, por Alerta feminista

Cada día mueren al menos 12 latinoamericanas y caribeñas por el solo hecho de ser mujeres. De los 25 países más violentos del mundo, 14 son latinoamericanos, es decir, más de la mitad de los feminicidios que se producen ocurren en América Latina. Ante este escenario de violencia generalizada, la respuesta de las mujeres latinas ha sido la organización. Una organización para denunciar y apropiarse cada vez más de las calles y convertirlas en espacios de lucha. En Argentina, Chile, México, Perú, Uruguay y otros países, la mecha del feminismo ha empezado a arder con fuerza. A más violencia, más organización para más cambio social.

Según el informe de 2016 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), al día 12 mujeres son asesinadas por razones de género en la región, esto sin contar las cifras escalofriantes de Brasil donde 15 mujeres son asesinadas diariamente. Sin embargo, por más contundentes que sean estas cifras no llegan a mostrar la gravedad real de la situación. Los estudios se hacen en base al número de denuncias realizadas por los familiares de las víctimas. De la cifra negra, poco o nada se sabe. Tal es la realidad y tal la evidencia que la categoría “feminicidio”, entendida como el exterminio de mujeres por el hecho de serlo, está ausente de la tipología legal de varios países de América Latina.

Solo ocho países de la región han tomado la decisión política de tipificar el asesinato de mujeres en determinadas circunstancias, denominándolo, algunos, “femicidio”, y otros, “feminicidio”: Chile, Argentina, Costa Rica, Guatemala y Nicaragua lo denominan "femicidio" mientras que El Salvador, México y Perú lo llaman "feminicidio". En la mayoría de estos países, esta figura jurídica fue incorporada después de muchos años de insistencia y de negociación. Así, el primer país en tomar la decisión fue Guatemala en el año 2008 y uno de los últimos fue Perú en el 2011.

Sin embargo, esta reticencia resulta evidente si miramos hacia atrás y recordamos que hasta 1997 la legislación peruana aceptaba la figura del matrimonio para perdonar el delito de violación. Es decir, bastaba que el violador ofreciera casarse con su víctima para que el Poder Judicial lo absolviera de cualquier pena. Sí, esa situación ha cambiado, pero aún debemos convivir con realidades tan duras como las que expresan las cifras siguientes.

El Ministerio Público del Perú registra un promedio de 10 feminicidios al mes. Desde enero del 2009 hasta julio del 2016 se han registrado 881 víctimas de feminicidio.

En el 2014, la PNP (Policía Nacional del Perú) registró 5614 denuncias por violación sexual, de las cuales 5201 víctimas eran mujeres. No hay que olvidar que en el Perú y en América Latina en general, sólo se denuncia, aproximadamente, el 5% de los casos de violación.

Según la ONU, Perú ocupa el tercer lugar del mundo (después de Etiopía y Bangladesh) en índice de violencia sexual que sufren las mujeres por parte de su pareja.

Según la RENIEC (Registro Nacional de Identidad y Estado Civil), en 2015 se registraron 1538 casos de madres entre los 11 y 14 años y 3950 casos de madres de 15 años de edad. No hay que olvidar que las madres menores de 16 años sufren cuatro veces más el riesgo de morir en el parto.

Según el Índice Global de la Esclavitud, 66 mil personas son víctimas de trata en el Perú. De ellas, el 90% son mujeres y 60% menores de edad.

Todo esto sin mencionar la desigualdad en oportunidades laborales, en acceso a educación, representación política, el hecho de no tener acceso a un aborto seguro lo que hace que miles de mujeres arriesguen sus vidas y terminen falleciendo. 

Esta situación se repite con diferentes matices en otros países de América Latina. Por ejemplo, la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de Argentina recibió más de 68 mil casos desde el comienzo de sus actividades en setiembre de 2008. De este total, 17 mil víctimas eran extranjeras. Además, el número de denuncias de mujeres bolivianas es histórica: más de 5 mil 600 de esos reportes fueron iniciados por ellas, otras 3 mil 400 denuncias fueron formuladas por peruanas quienes las siguen en la lista.

Sin embargo, la contundencia de las cifras no era suficiente,el mundo necesitaba ver para reaccionar y eso fue lo que sucedió en mayo de 2015 cuando la realidad y el horror se hicieron insoportables en Argentina.

Chiara Páez, una niña argentina de 14 años que estaba embarazada, fue asesinada por su novio quien no tuvo mejor idea que enterrarla en el jardín de sus abuelos. Fue entonces y solo entonces que el pueblo despertó y empezó a comprender que cada una de las cifras escondía un caso tan o más horrible que el de Chiara Páez. Sin embargo, con el asesinato de Chiara nació también el movimiento #NiUnaMenos.

De Argentina a Francia, la presencia del #NiUnaMenos en el mundo

La historia del movimiento Ni Una Menos está escrita con sangre. La primera en escribirla fue Susana Chávez, poeta mexicana, indígena y activista incansable por los derechos de las mujeres quien en 1995 pronunció la frase “Ni una mujer menos, ni una muerta más” haciendo referencia a los feminicidios en Ciudad Juárez y en todo México. Con esta frase como slogan, Susana Chávez emprendió una campaña para detener las desapariciones y asesinatos masivos de mujeres que quedaban sin investigar. Lastimosamente, la historia de la mano de la impunidad hicieron que ella se convirtiera en parte de las estadísticas del feminicidio. En el año 2011, su cadáver fue encontrado con una bolsa de plástico en la cabeza y en un intento de disfrazar el asesinato con un ajuste de cuentas hecho por narcotraficantes, le amputaron la mano izquierda.

En América Latina, cuna del realismo mágico, la tragedia se entrelaza con lo inimaginable y por increíble que parezca, Susana Chávez pagó con su propia vida el haberse opuesto a la situación de violencia que sufrían a diario miles de miles de mujeres. En una sociedad donde la mujer es educada para guardar silencio, Susana Chávez pagó el precio por combatir, por luchar, por alzar su voz contra un sistema que permite y fomenta que nos maten y donde nadie hace nada por evitarlo. En América Latina, cuna del Ni Una Menos impulsado por Susana Chávez, luchar se paga con la vida.

Sin embargo, este trágico final lejos de desanimar a otras mujeres, se convirtió en ejemplo e inspiración para muchas de ellas quienes tomaron su frase y la convirtieron en el slogan de movimientos de lucha contra los feminicidios y las violencias contra las mujeres y las minorías de género: “Ni una mujer menos, ni una muerta más”, Ni Una Menos.

Es así como después del asesinato de Chiara Páez y a la iniciativa de un grupo de periodistas, escritores, activistas y artistas argentinos, la necesidad de salir a las calles comenzó a imponerse y a ganar terreno. Diferentes comisiones de mujeres se organizaron en las fábricas, en las empresas, en los barrios, en los centros de estudios y junto a diversas organizaciones sociales y diversos grupos feministas, decidieron llamar a una gran movilización nacional con el objetivo de denunciar la violencia que oprime la vida de las mujeres.

La respuesta fue masiva. Más de 300 mil personas se reunieron en Buenos Aires el 3 de junio del 2015, llegando a movilizarse en total un aproximado de 80 ciudades argentinas. Ese día nació el #NiUnaMenos que rápidamente fue prendiendo en otros países de América Latina, atravesados como Argentina por el odio y la violencia machista. Así, un año después nació Vivas nos queremos, en México, que reclamaba mecanismos claros para combatir el machismo en el país - y en Perú, el movimiento #NiUnaMenos en agosto de 2016.

En el caso peruano, el movimiento #NiUnaMenos logró reunir a un aproximado de 50 mil personas, convirtiéndose en una de las movilizaciones ciudadanas más grandes de la historia del país. Al igual que en Argentina, lo que motivó una respuesta de tal magnitud no fueron las cifras, sino la brutalidad de los intentos de asesinato contra dos mujeres y la impasibilidad de un Poder Judicial que solo considera que hay delito cuando se acaba con la vida de la mujer.

Es en ese contexto, las redes sociales jugaron un rol importante: en Perú se creó un grupo de Facebook llamado "Ni una menos, movilización nacional ya", cuyo objetivo principal era organizar la marcha del 13 de agosto. Sin embargo este grupo se convirtió pronto en una plataforma donde por primera vez en su vida, muchas mujeres compartían los diferentes abusos de los que habían sido víctimas. La solidaridad y el apoyo que se recibía como respuesta a los testimonios hizo que cada vez más mujeres se animaran a contar su historia y a salir a reclamar por sus derechos.

Este grupo sirvió de inspiración y fuerza para las peruanas que vivían en Francia y que decidieron también organizarse y realizar un plantón en la misma fecha que a su vez permitió el nacimiento del #NiUnaMenos en Francia, agrupando a todos los países de América Latina.

El feminicidio: el último eslabón de una larga cadena de abusos impunes

Es necesario resaltar que los feminicidios no son el único motor de estas diferentes movilizaciones de mujeres en Latinoamérica. El feminicidio es el último eslabón de una larga cadena de violencias que sufren a diario las mujeres y es el hecho de poder visibilizar estos diferentes tipos de violencia lo que ha estado en el corazón de las movilizaciones en Argentina, México, Perú, Chile, Ecuador, así como en el centro de sus reivindicaciones.

Uno de los temas capitales de estas manifestaciones ha sido la revaloración de las mujeres indígenas quienes - en el caso peruano y a través de la Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP)- decidieron mostrar su apoyo al movimiento Ni una menos denunciando la doble discriminación de la que son víctimas, por ser mujeres y por ser indígenas, y solicitando a su vez el respeto por sus tierras, sus lenguas y su cultura ancestral. #Niunaindígenamenos fue su lema.

Tal vez no haya ejemplo más triste y evidente de este abuso y discriminación hacia las mujeres indígenas que el caso de las esterilizaciones forzadas durante el gobierno de Alberto Fujimori en el Perú. De acuerdo a una política de control de natalidad implantada por Fujimori, más de 300 mil mujeres indígenas fueron esterilizadas en contra de su voluntad. Lo más indignante del caso es que el año pasado, en julio de 2016, la Fiscalía archivó este caso. Es decir no hubo justicia para las mujeres que fueron privadas de su derecho de decidir sobre sus vidas y sus cuerpos. El reclamo para obtener justicia fue uno de los principales en la marcha Ni Una Menos, en Perú.

Sin embargo, este no ha sido el único caso. Recientemente, hemos podido conocer casos de mujeres indígenas y activistas en la defensa del medio ambiente cuyo desenlace resultó fatal. Bertha Cáceres es tal vez el ejemplo más evidente. Activista, indígena, hondureña, feminista y ecologista, fue asesinada en 2016 por oponerse al proyecto hidroeléctrico de la Represa de Agua Zanca debido a las gravísimas consecuencias ambientales que implica. La privatización de los ríos de la zona y el desplazamiento de la comunidad indígena lenca están entre sus nefastas consecuencias.

También podemos mencionar el caso de la chilena Francisca Linconao, conocida como “la machi” - término que hace referencia a un líder sanador y religioso en la cultura tradicional mapuche - y su lucha incansable por el pueblo mapuche y por la defensa del medio ambiente. Actualmente, la machi Francisca cumple arresto domiciliario pues está acusada de haber facilitado los medios para un ataque que acabó con la muerte de dos personas durante el año 2003.

Ahora bien, cuando afirmamos que vivimos en un clima de violencia, lo hacemos porque la violencia no es solo física, la brecha salarial entre hombres y mujeres es una violencia invisible pero constante como lo son las bromas y la caricaturización de las que son objeto las mujeres trans, lesbianas o bisexuales,o las mujeres migrantes a quienes se ridiculiza por su acento o manera de hablar y a quienes se asocia casi automáticamente con las tareas domésticas. En ese sentido, el movimiento #NiUnaMenos tuvo como una de sus particularidades no quedarse solo en las denuncias o en el reconocimiento de la violencia de género, sino también en la búsqueda de mecanismos de sanción para los responsables.

Vientos de cambio: el lenguaje, nuestra principal herramienta

La lucha de hoy en día se enfoca en la necesidad de tener estadísticas oficiales que cuenten la violencia machista en su real dimensión. Por ejemplo, se sabe que el año pasado en Argentina hubo un feminicidio cada 30 horas, y este 2017 se presenta aún más escalofriante, en los primeros 49 días del año fueron asesinadas 57 mujeres. Entonces, ¿podemos decir que hubo un aumento en los feminicidios? Lo único que podemos afirmar es que el número de denuncias se ha incrementado. Tal vez como resultado de las manifestaciones de rechazo en contra de este machismo asesino, las familias y las mujeres que sobreviven para contarlo se animan a vencer el miedo y a denunciar.

En esa misma línea, y antes del auge de los movimientos feministas de manera organizada en América Latina, cuando una mujer era asesinada por su pareja o expareja, la prensa los llamaba “crímenes pasionales”, denominación que también justificaba al feminicida aduciendo que “mató por amor”. Uno de los slogans más populares del #NiUnaMenos es el que recoge esta realidad “No fue un crimen pasional, fue un macho patriarcal” Así, la lucha contra las frases establecidas, aquellas que resuenan a diario en los medios de comunicación y, por consiguiente, se repiten hasta el cansancio en nuestra sociedad, ha sido también uno de los principales objetivos de los movimientos feministas en América Latina. . Tal vez, otro de los pequeños grandes logros en ese continente sea el hecho de que ahora ante uno de esos crímenes, la mayoría no duda lo llaman por lo que es: un feminicidio.

Sin embargo, hay otras batallas que son más difíciles de ganar. Concretamente, lo que respecta a la culpabilización de las mujeres aún después de la muerte. Un ejemplo claro de esto se dio con el caso de Melina Romero, una adolescente argentina de 17 años asesinada en agosto del 2014. Cuando encontraron su cuerpo, en lugar de centrarse en la investigación, la mayor parte de los medios de comunicación se empecinó en hablar del modo de vida poco ejemplar que llevaba Melina. La prensa rosa llegó a llamarla “una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, y que además, “tenía cuatro piercings y se levantaba al mediodía”. En resumen, todas las características negativas que explicaban y justificaban que Melina haya sido violada y asesinada.

Es verdad que en este campo aún queda mucho por hacer pues existe una resistencia enorme no solo de la parte del Estado sino en la esfera de lo cotidiano que no responde a una política gubernamental sino a años de años de historia de machismo consciente e inconsciente transmitido de generación en generación. Así pues, si bien el movimiento feminista busca obtener soluciones y respaldos a corto plazo reclamando respuestas estatales como la creación de organismos de prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres, estadísticas oficiales, inclusión de la perspectiva de género a nivel institucional, erradicación de la brecha salarial y de acceso a puestos de decisión; el objetivo más importante y a la vez más ambicioso es intervenir para generar un cambio en nuestro día a día.