¡Feminismos! Eslabones fuertes del cambio social

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El masculinismo de Estado reforzando el patriarcado

, por PALMIERI Joëlle

En un contexto neoliberal y poscolonial occidentalizado, los Estados negocian permanentemente las relaciones sociales de sexo, y algunos dirigentes eligen el terreno manifiesto de la sexualidad. En la base de sus discursos, la misoginia y el sexismo ordinarios se suman con el uso habitual del registro del masculinismo, hasta constituir un "masculinismo de Estado".

En un contexto internacional de incremento de la pobreza y del reparto desigual de las riquezas, algunos países (por ejemplo: Sudáfrica, Turquía y hoy los Estados Unidos) necesitan estabilizar un poder político que va perdiendo legitimidad y reunir una "base" masculina, "abandonada". Esto opera en el terreno del sexo, y del derecho de los hombres de afirmar su virilidad a toda costa. La búsqueda de legitimidad se hace en a través de la afirmación de una fuerte identidad sexual masculina como única fuerza posible. Una arrogancia nacional de la violencia, en particular de género, y una esquizofrenia entre estado de derecho y realidad cotidiana se establecen como un sistema.

Uno de los temas sensibles que explotan los dirigentes actuales de estos países en crisis política es el estatuto de los hombres como seres humanos de sexo masculino. Ellos lo habrían perdido "todo", incluso su virilidad, y tendrían "todo por ganar" volviendo a valores sólidos y reaprendiéndolos. Valores implícitamente no occidentales para algunos y blancos estadounidenses para otros. Todos los medios son válidos, incluso las afirmaciones misóginas, las amenazas sexistas o la exposición de prácticas sexuales perversas, la violación o el asesinato de mujeres, como símbolos de la fuerza sexual masculina para oponerse al feminismo.

Estos países perpetúan un patriarcado heredado de su historia colonial (de colonizados o colonizadores). Los sometidos por la colonización y los colonos imperialistas de antaño hoy se convierten en los agentes de una dominación basada en un imperialismo sexual. En este sentido, los ejemplos de Sudáfrica y de Turquía son emblemáticos.

Sudáfrica: la violencia de género, bases del masculinismo de Estado

Sudáfrica tiene uno de los porcentajes más alto de mujeres parlamentarias en el mundo, pero también el más alto de violaciones. Esta violencia endémica relativiza enormemente el carácter igualitario de la participación política, y pone en relieve una especificidad que es tanto geográfica como política. El alto nivel de criminalidad, de violencia y sobre todo de violaciones se puede explicar por la herencia segregacionista, una consecuencia directa del régimen del apartheid que institucionalizó la violencia, y cuyos opositores llegaron incluso a usar las mismas armas como "respuesta violenta". Así, Sudáfrica tiene el más alto nivel de feminicidios íntimos del mundo: Una mujer es asesinada cada 6 horas por su compañero sexual. Estas cifras se añaden a los datos según los cuales entre 40 % y 70 % de mujeres víctimas de homicidio son asesinadas mayoritariamente con armas de fuego por su marido, compañero o concubino. La tasa de víctimas negras es seis veces mayor a la de mujeres blancas.

De esta manera, la violencia, especialmente contra las mujeres es una forma de socialización, en particular para los Negros porque se habría convertido en el único modo de comunicación interpersonal y la única manera de resolver los conflictos. Pese a la lucha contra la segregación y a haber conseguido la democracia, pese a la creación y el trabajo de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, es como si el aprendizaje de la pacificación no hubiera comenzado. Los conflictos de "raza", de clase, de género siguen siendo exacerbados por las desigualdades del reparto de riquezas entre Blancos y Negros, hombres y mujeres, todavía presentes, y a su vez reforzadas por la situación de crisis global, así como por una implementación de competencia económica y hegemónica específica del país como modelo africano a escala internacional.

Una retórica de Estado sexuada y sexista

El Presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, quien ocupa el cargo desde el año 2009, representa bien esta realidad. Zuma se define a sí mismo como un "tribuno zulú" con fuertes vínculos en su provincia de origen, el KwaZulu-Natal. Reivindica concepciones y prácticas muy tradicionales como el test de la virginidad o la poligamia, tolerada en la ley tradicional pero constitucionalmente ilegal. Organiza múltiples bodas para oficializarlas públicamente y para dirigirse a una audiencia importante donde utiliza como estrategia principal un renovado discurso de intolerancia -respecto al discurso colonial y segregacionista- y rechazo al ’otro’ que es reforzado continuamente por él y sus partidarios.

Dicho discurso está impregnado de juicios de valor relativos al sexo, a la sexualidad y a la apropiación del cuerpo de las mujeres. Jacob Zuma personifica una sexualidad específica y una identidad de género. En 2006, tras haber sido absuelto de un juicio por violación, Zuma logró utilizar esta acusación a su favor: apareció como la víctima de una propaganda "anti-hombre". Evocó su situación de "pobre hombre de pueblo perseguido". Celebró su absolución afirmando públicamente una ideología patriarcal, reivindicando el retorno a valores tradicionales y defendiendo su "derecho" a cumplir con sus funciones sexuales como su "tradición cultural" se lo exige.

Su retórica es abiertamente sexista, antifeminista, es decir, explícitamente dirigida contra la igualdad entre hombres y mujeres y contra las reivindicaciones feministas. Jacob Zuma se declara abiertamente a favor de "la mujer", entendida esta como madre, reproductora de niños, que conforma una identidad femenina, sumisa, silenciosa. Pretende unir a los que llama los "más desfavorecidos", los "olvidados de las políticas post-apartheid", implícitamente los hombres más pobres, y no las mujeres, con el objetivo de reforzar un grupo político, el African National Congress (ANC) [1], que está perdiendo legitimidad.

Unas campañas políticas masculinistas

La campaña electoral de Jacob Zuma para las elecciones de 2009 ilustró esta tendencia global y le dio un giro especial a la contienda de ese año pues los partidos políticos usaron nuevas estrategias para atraer a los electores. Sin embargo, la que protagonizó Zuma puso en el centro del discurso las cuestiones de género y de sexualidad, las desvió de alguna manera al colocarse personalmente en la posición de víctima de un sistema legislativo opresor (haciendo referencia a los juicios a los que tuvo que enfrentarse, y particularmente a su juicio por violación). Su maniobra tenía como objetivo la identificación a través suyo del hombre sudafricano de "la base", pobre, negro, de los townships, en contra de la ola feminista, y que se reconoce en una expresión "normal" de la sexualidad. Zuma creó la campaña 100 % Zulu Boy en la que reivindicaba abiertamente su compromiso con el retorno a los valores tradicionales africanos, implícitamente a favor de la manifestación del poder "del hombre" sobre "la mujer".

Por otra parte, el líder del ANC junto a Julius Malema, antiguo dirigente de la Liga de las juventudes del ANC, llamaron al "exilio a las jóvenes mujeres embarazadas", haciendo referencia a una llamada hipersexualidad de las adolescentes, argumento utilizado por los abogados defensores de Zuma durante su juicio por violación en 2006. Malema también hizo declaraciones sobre como "deberían" comportarse las víctimas de violación ya que según él, no son víctimas sino provocadoras. Declaró además que la denunciante del presidente Zuma "había disfrutado el momento". Por otro lado, Tokyo Sexwale, otro miembro del ejecutivo del ANC, calificó a las mujeres mayores que apoyaban al COPE (Congress of the People, partido disidente del ANC) como "brujas".

Estos discursos abiertamente misóginos alimentan el sentimiento de lo que los partidarios de Zuma califican como la "castración" de algunos sudafricanos. Este sentimiento se ve reforzado cotidianamente por la incapacidad de cumplir con el rol social asignado al hombre de proveedor de la familia, ya que en este país la tasa de desempleo llega al 39 %. De acuerdo a este pensamiento, el "hombre" sudafricano no sería un "verdadero" hombre. Este discurso ya existía en la época colonial, cuando los colonos europeos consideraban al hombre como único proveedor de la familia, mientras que la realidad era otra, porque las mujeres siempre ocuparon una lugar importante en el sector remunerado del comercio, por ejemplo. Como vemos, este discurso no es nuevo y los hombres en el poder lo reutilizan para justificar un arsenal de violencias dirigidas contra las mujeres; para mantener una visión de subordinación de las mujeres, implícitamente al servicio de los hombres, entendidos como los únicos capaces de autonomía. Perpetúa lo que se puede calificar de masculinismo colonial, y eso al nivel más alto del ejercicio del poder.

Jacob Zuma en la conferencia anual sobre el estado de la nación (SoNA), 14 de febrero 2014. Foto : Government ZA/ Flickr (cc by-nc-nd)

La versión turca, tradicional y religiosa

El 1 de noviembre de 2015, poco más del 49 % de los electores eligieron al AKP (partido del presidente Erdogan), llamado "partido de la estabilidad" por los comentaristas. Cinco días antes, una joven de 25 años había sido asesinada por disparos de unos policías cuando ella les pidió que se quitaran los zapatos antes de entrar al domicilio de sus padres. Según los policías, ellos actuaron en legítima defensa contra un acto de terrorismo. Ahí está la lógica de la estabilidad turca: terror contra buenos modales. Sin embargo, el caso no es raro, en Turquía, tres mujeres son asesinadas cada día. Los "homicidios de mujeres" han aumentado en un 1400 % entre 2002 y 2009. El fenómeno se hizo visible en 2010 cuando unas organizaciones locales de mujeres pidieron a su gobierno "un plan de acción urgente" contra lo que calificaron de feminicidio. Las razones de estos asesinatos son múltiples. Algunas son asesinadas porque llevan pantalones blancos, porque no pasan la sal en la mesa, porque envían mensajes, porque no llegan a comer a la hora prevista o porque piden la hora de forma seductora.

Estos actos han sido normalizados en un país donde las violencias sexuales son corrientes. Tradicionalmente, en Turquía, los crímenes de honor o "de tradición" tienden a controlar la vida sexual de las mujeres. Las mujeres jóvenes tienen que llegar vírgenes al matrimonio, tienen que ser "limpias". Esta limpieza es frágil y puede ser destruida mediante actos menores, como pasear sola por la ciudad, pedir la difusión de una canción de amor a un programa de radio o coquetear con un chico. El asesinato en nombre del honor es el precio pagado por las jóvenes mujeres por conseguir la libertad. Las mujeres son consideradas como propiedad de la familia y asimismo son símbolos de la reputación o del honor de la familia. Si una mujer joven se enamora o tiene una aventura, su precio de venta como propiedad cae, pero lo más importante aún, toda la familia cae en la deshonra en la comunidad. Estas creencias son tan fuertes que las familias están dispuestas a sacrificar la vida de uno de sus miembros femeninos para restablecer su honor y mantenerse dignas frente a las otras familias.

La apropiación del cuerpo de las mujeres por el Estado

El Estado turco está involucrado en estas muertes de mujeres. La ley, tanto como su aplicación, ofrece una protección mínima para las mujeres cuando están vivas, y se acomoda de tal manera que el asesinato es justificado después de la muerte de la mujer. A menudo, no se sanciona a los que se sabe que han participado en la decisión de cometer el crimen y los miembros de la familia casi nunca deben testificar ante la justicia. Cuando las víctimas hacen declaraciones a la policía o a los fiscales, muchas veces se retractan o cambian sus declaraciones cuando el caso llega a los tribunales. Los fiscales pocas veces piden o hacen investigaciones más extensas y archivan los casos muy rápidamente. Todo el mundo, incluyendo los jueces, saben lo que ocurrió y cómo ocurrió, pero debido a que viven en la misma región, estos deciden no continuar las investigaciones.

Esta situación nacional criminal sobrepasa los aspectos tradicionales y religiosos del asunto. La aceleración del fenómeno demuestra la situación compleja del Estado. Turquía aguarda con avidez su entrada en Europa. Así, a nivel internacional, el gobierno turco quiere mostrarse ejemplar respecto a los derechos de las mujeres, quiere diferenciarse de otros países vistos como "bárbaros".

Sin a nivel nacional, la realidad es otra. Las leyes existen pero se aplican con dificultad. Por ejemplo, el derecho al aborto hasta de 10 semanas de embarazo fue votado en 1983, pero hoy en día es difícil para una mujer conseguir una interrupción voluntaria del embarazo (IVE) porque muy pocos médicos la practican. La presión interna es fuerte y la retórica estatal funciona perfectamente. En 2012, durante el discurso de clausura de la Conferencia Internacional de los Parlamentarios sobre la Aplicación del Programa de Acción, en Estambul, Recep Tayyip Erdogan declaraba que "cualquier aborto es un nuevo Uludere". Esta palabra hacen referencia al bombardeo de las fuerzas aéreas de la armada turca, el 28 de diciembre de 2001, al pueblo kurdo del mismo nombre, situado al norte de Irak, que provocó la muerte de 37 personas, en su mayoría niños. Haciendo esta comparación, el presidente pone en un mismo nivel los impactos de los ataques militares turcos en contra de las poblaciones kurdas en resistencia y el derecho de las mujeres a disponer de sus cuerpos. Asocia la seguridad del Estado a la seguridad de los hombres para asumir sus roles tradicionales de jefes de familia. Eso no es todo, años antes, durante la Jornada Internacional de las Mujeres de 2008, Erdogan había incitado a las mujeres a parir por lo menos tres niños "para el bien de la nación". Las leyes para los derechos sirven aquí de escudo a una visión abiertamente antifeminista, patriarcal y paternalista. Sirven para proteger un establishment en apuros, también presentando su condición de víctima de un feminismo importado.

Un patriarcado desestabilizado

Tanto como la elección y luego la reelección de Jacob Zuma y su legitimación, las elecciones de Tayyip Erdogan en Turquía y de Donald Trump en los Estados Unidos simbolizan un cambio retrógrado que se basa explícitamente en el antifeminismo. No es tiempo de paz social sino de la reafirmación de Estados hegemónicos, maculinistas y elitistas.

El recurso a la banalización del sexismo sirve de base a un discurso político que oculta las violencias que suceden en dichos países (xenófobas, urbanas, de género) y las desigualdades económicas y sociales flagrantes, en un contexto de globalización. Asimismo, sirve para hacer valer una ideología al servicio de la satisfacción unilateral del placer masculino que estaría amenazado por la desvirilización de los hombres de la "base", orquestada por feministas radicales anticolonialistas locales.

Esta situación ejemplariza una paradoja permanente, en la que las relaciones sociales entre los individuos (mujeres/hombres, Negros/Blancos, musulmanes/ateos-as, pobres/ricos-as, etc.) son calificadas cotidianamente mediante un proceso que las jerarquiza de manera reforzada y acelerada. Dicha paradoja, alimentada por un masculinismo de Estado, demuestra una desestabilización política e ideológica mayor.

Notes

[1El African National Congress (ANC), partido político fundado en 1912 para defender los intereses de los Negros en contra de los blancos, fue ilegalizado por el Partido Nacional durante el Apartheid en 1960. Legal nuevamente a partir del 2 de febrero del 1990, en vísperas de la abolición del Apartheid en junio de 1991. En 1994, Nelson Mandela, presidente del ANC, se convierte en el primer presidente negro de la República de Sudáfrica. Desde ese momento, el ANC ha dominado la vida política de Sudáfrica (60-70 % de los votos en las diferentes elecciones generales de 1994, 1999, 2004 y 2009).

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