En la acera de uno de los hoteles ilegales en Constitución, uno de los barrios de la ciudad de Buenos Aires más golpeados por la desigualdad social, vecinos aportan lo que pueden a una olla grandota calentándose en una fogata improvisada. Suleika trae papas y arroz, Mariela verduras, Juan Pablo un pollo, y Daniela varios kilos de mercadería aportado por el Frente de Trabajadores Migrantes y Refugiados del Nuestramérica Movimiento Popular, donde ella milita. Lo que cocinan es guiso, una comida caracterizada por estar hecha de, literalmente, lo que tengas en casa. Todo lo que haya se mete a cocinarse con un poco de agua para que se una bien. Un cartel al lado del fuego reza “Olla Migrante.”
“Esta propuesta surge como herramienta para empezar a construir un vínculo más estrecho entre los vecinos migrantes,” explica Daniela Trujillo quien es militante de Nuestramérica Movimiento Popular, una organización política que atiende a las principales necesidades básicas no cubiertas a la vez que demanda por qué el estado se haga cargo de ellas. Ella se refiere a esta comida comunitaria que fue realizando en diferentes hoteles de migrantes pobres que tenía como objetivo brindar un almuerzo y conectarlos entre sí. “Al charlar en la fila mientras esperaban a ser atendidos, se notaba que no solo existía una necesidad de un plato de comida para los migrantes, sino también de atender a las condiciones habitacionales malas, de no poder conseguir un trabajo por no tener un documento, de que estaban desinformados de la parte de regularización de migrantes, entre otros problemas,” dice ella.
Están cocinando en la calle para visibilizar el principal reclamo del sector: las condiciones inhumanas en las que los dueños de los hoteles ilegales alojan a quienes vienen a Argentina sin dinero ni conocidos que los puedan ayudar. Allí no se garantizan las condiciones básicas de higiene y seguridad, ni los contratos de alquiler estipulados por las regulaciones institucionales, por lo que los inquilinos quedan a la buena de lxs locatarixs, quienes no titubean al dejar en la calle a familias enteras cuando se atrasan con las rentas. Estos hoteles familiares, como le llaman, albergan en su mayoría a refugiadxs pobres que vienen a Argentina buscando mejores porvenires y que no les queda otra más que aceptar lo más barato que encuentren.
Que existan personas en tales condiciones de vida deja en evidencia las fallas letales de nuestras urbes.
En un sistema de muerte como es el capitalismo, las desigualdades sociales se intensifican año a año y determinan a muchxs a la miseria. La organización y la lucha colectiva es una forma de resistencia a ese determinismo social. En la cocción del guiso se van mezclando varios saberes, incluso de los pueblos aborígenes reclamando por sus tierras robadas y de lxs que están en situación de calle y no pueden acceder a su derecho humano de un techo propio. Se combinan con las demandas de las feminidades que no quieren cocinar y lavar platos porque les resta tiempo para hacer política, y con las de los migrantes que exigen que no olvidemos que la xenofobia está respaldada por leyes estatales. Todas las reivindicaciones históricas son parte de la receta.
Acompañando Comunidades Vulneradas
Hacia la llegada del nuevo milenio en Argentina, quienes tuvieron que dormir en la calle o revolver la basura para encontrar migajas de comida se acumulaban de a miles como resultado de décadas de políticas neoliberales. Los movimientos piqueteros fueron conformados por un enorme número de trabajadorxs desocupadxs por la enorme crisis que explotó en 2001. Esas personas sin esperanza pudieron construir resistencia y solidaridad que luego se fueron sistematizando año a año hasta conformar organizaciones que pujan políticamente con métodos para-institucionales para reafirmar o conseguir nuevos derechos negados.
Estos movimientos reafirmaron y fortalecieron sus símbolos de protesta durante los últimos 20 años: el corte de tráfico, los cánticos, la quema de neumáticos, los cacerolazos, las ollas populares. Cada uno de esos símbolos tiene una funcionalidad táctica.
En la vereda de uno de los hoteles migrantes donde se cocina la olla popular, la cumbia suena fuerte desde un parlante apuntando a la calle cortada mientras los platos pasan de mano en mano. Algunxs comen parados para no perder un minuto de baile; otrxs sentadxs en sillas o en el suelo, aprovechando para charlar entre bocado y bocado, mientras otrxs interrumpen constantemente pidiendo que respetemos la distancia social para cuidarnos. Cuando terminan el almuerzo, quienes estuvieron sirviendo la comida se ponen a disposición de lxs comensales ante cualquier ayuda que necesiten sobre trámites migratorios, desalojos, o cualquier otra cosa. También se ponen a disposición para contarles más sobre su organización y—¿por qué no?—discutir sobre política. Después de todo, la sobremesa es el momento más importante en la historia de las luchas sociales: huelgas, revoluciones, marchas, todo se gesta al momento de empezar la digestión.
Lxs cocinerxs terminan de agradecer a lxs que vinieron a comer y todxs aplauden con esmero pues saben que todo lo dicho se dijo desde el corazón. Para desarme y limpieza de la olla callejera vienen a ayudar otrxs compañerxs del espacio político comunal Galpón 14 de Octubre. Ese lugar funciona desde hace muchos años como sitio de contención, asesoramiento, y autogestión para atender las problemáticas del barrio.
La pandemia y su correspondiente cuarentena empeoró la situación de quienes trabajaban de manera informal en la vía pública o quienes no tienen posibilidad de tomar cuidados sanitarios, por lo que la existencia de este tipo de espacios de acompañamiento comunitario se volvieron aún más importantes. Para las personas en vulnerabilidad social, juntarse y generar redes de contención colectiva resulta vital porque así juntan fuerza, socializan información, se arman de coraje y presionan a los poderes para que sus derechos humanos pesen.
“Si bien los principales objetivos que perseguimos como militantes migrantes y refugiadxs son la regulación migratoria, la vivienda digna y el trabajo digno,” dice Trujillo. “La pandemia nos obligó a atender los derechos humanos básicos que estaban siendo vulnerados en medio de ésta crisis sanitaria. Cocinar en la calle es una manera de visibilizar la situación en los hoteles de migrantes: viviendo en precariedad, en hacinamiento, con condiciones sanitarias pésimas.”
Desde que empezó el aislamiento social obligatorio en marzo de 2020, estxs militantes del Galpón 14 de Octubre tuvieron que redirigir de lleno su trabajo cotidiano a entregar al menos 600 platos de comida semanales y contener las urgencias vecinales que surgieran.
El trabajo de alimentar a tanta gente sólo se sostiene con voluntad y dedicación absoluta de quienes se juntan a planificar el menú, a picar verduras, a pensar y difundir campañas de donaciones para sostener ese trabajo. Esas personas se toman como una responsabilidad vital la lucha y el esfuerzo cotidiano por un mundo donde a nadie le falte la comida primero, y donde nadie tenga que pedir comida después. Y es que esa falta de comida no es accidental, tiene una contracara estructural que posibilita su existencia, como cuenta Facundo Cifelli Rega, uno de los encargados de ese local del Movimiento Popular Nuestramérica, “Nos dimos cuenta de que, si bien había una necesidad y una crisis alimentaria, atrás de eso había una crisis aún más grande que le da pie a eso y es la falta de trabajo.”
Desde la Crisis Laboral, Cooperativismo
Varixs de las personas que brindan una mano para cocinar perdieron el trabajo durante la cuarentena y, mientras picaban verduras, se pusieron a pensar una salida conjunta a esa problemática. No es novedad que el mercado formal no contiene a la gran mayoría de personas que necesitan insertarse en él. La primera opción que se les ocurrió fue armar cooperativas de trabajo dependiendo de lo que supieran hacer: algunxs sabían cocinar, otrxs coser y remendar ropas, otrxs incluso sabían hacer cerveza artesanal. Entonces armaron una cooperativa textil, una gastronómica, y una de elaboración de cerveza para empezar a producir trabajo autogestionado, un esquema laboral en donde se pusieron en juego otras lógicas y formas de producción por fuera de la explotación capitalista.
“A partir del trabajo cooperativo, sin patrón, se establecen otro tipo de relaciones entre lxs trabajadorxs donde se den instancias más democráticas y horizontales, tanto en el trabajo de base como en los liderazgos,” dice Cifelli Rega. “A partir de ahí se pueden pensar, dentro del trabajo, en otros objetivos humanos por fuera de la acumulación individual de capital y la rentabilidad sin escrúpulos.”
El cooperativismo es una alternativa a la “economía formal,” un sistema laboral que excluye a millones de personas por ser racializadas, feminizadas, o migrantes. Para ellxs, un trabajo en regla es una especie de promesa de bienestar que nunca llegará, porque lo que en realidad ocurre es que la mayoría de las personas pobres nacen y mueren en la miseria, y entre medio trabajan de manera informal, sin reconocimiento de sus derechos básicos. Aceptar que el mercado formal es excluyente y que la mayoría de la población no accede nunca a él es hablar del elefante en la habitación y empezar a darle forma a una identidad de trabajadorx a quien forma parte de la economía popular, con sus diversas reglas y representaciones culturales. Allí, la olla popular es la estrella.
“Como migrante colombiana, interiorizándome de la historia argentina y de todas las luchas que se dieron aquí, supe que la pelea fue siempre cocinando en las calles,” comenta Trujillo. Para ella, los tiempos burocráticos son inútiles cuando los problemas son urgentes y no hay respuesta institucional. Ella agrega que “a la gente no le queda otra más que salir a manifestar su enojo. Es una manera de decir ‘yo estoy acá y conmigo no se jode.’”
“Acá la olla popular es un símbolo muy importante de lucha y de resistencia,” dice Cifelli Rega. “Cocinar es un acto de amor.”
La olla popular es mil significados a la vez para quienes luchan por mejores condiciones de existencia, y cobra una importancia crucial a la hora de demostrar que el hambre se resuelve con lo que tenemos a mano: organización y empoderamiento popular.
Los objetivos y sueños que persiguen los movimientos anticapitalistas son, a veces, utópicos. Pero no por eso dejan de prestar importancia a las urgencias de hoy. Después de todo, ¿quién podría planificar futuros revolucionarios con el estómago vacío?