No debemos abandonar a nuestros hermanos árabes

Por Atilio Boron

, por ALAI

La inesperada rebelión en el mundo árabe tomó a todos por sorpresa. Las satrapías del Magreb y Oriente Medio quedaron tan pasmadas como sus amos imperiales por la eclosión que se originó en un incidente relativamete marginal, más allá de lo terrible y doloroso que fue en el plano individual: la auto inmolación en la ciudad de Sidi Bouzid, Túnez, de Muhammad Al Bouazizi, un graduado universitario de veintiseis años que no encontraba trabajo y que decidió entregarse a las llamas porque la policía le impedía vender frutas y verduras en la calle. Su familia requería de su ayuda y Al Bouazizi, un joven pobre, no quiso convertirse en uno más en la larga fila de jóvenes desempleados de su patria, o emigrar por cualquier medio a Europa. El terrible sacrificio de su protesta fue la chispa que incendió la reseca pradera de una región conocida por la opulencia de sus oligarquías gobernantes y la secular miseria de las masas. O, para decirlo con las palabras siempre bellas de Eduardo Galeano, lo que encendió “la hermosa llamarada de libertad” que prendió fuego al mundo árabe y que tiene al imperialismo sobre ascuas, para seguir con metáforas ígneas tan apropiadas para los tiempos que corren.(1)

La rebelión de los pueblos árabes también dejó en desairada posición a los expertos, los analistas y los periodistas especializados. Desnudó impiadosamente su charlatanería, y su papel de manipuladores de la opinión pública al servicio del capital. Una revista de tanta experiencia como The Economist , por ejemplo, fue incapaz de anticipar, en su último número del año pasado dedicado a presentar las previsiones y lo que se venía para el 2011, los acontecimientos que pocas semanas más tarde conmoverían al mundo árabe -y, por extensión, al equilibrio geopolítico mundial- hasta sus cimientos. Este fracaso reitera por enésima vez la incapacidad del saber convencional para predecir los grandes acontecimientos de nuestro tiempo. La ciencia política quedó boquiaberta ante la caída del Muro de Berlín y, más recientemente, la mismísima reina de Inglaterra le preguntó a un selecto núcleo de economistas británicos cómo fue posible que nadie hubiera sido capaz de pronosticar la actual crisis general del capitalismo. Sumidos en el estupor ante tan inesperada pregunta, formulada en lo que se suponía sería una serena velada meramente protocolar, los interpelados se limitaron a solicitar, atónitos ante el reproche, un plazo de seis meses para revisar su instrumental analítico e informarle a Su Majestad las razones por tan deplorable desempeño profesional.(2)

El impacto sobre América Latina

No es casual, entonces, que los acontecimientos del mundo árabe hayan sumido en la confusión a buena parte de la izquierda latinoamericana. Daniel Ortega apoyó sin calificaciones a Kadafi; el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, a su vez, se declaró amigo del gobernante aunque por cierto que aclarando que tal cosa no significa –en sus propias palabras- “que estoy a favor o aplaudo cualquier decisión que tome un amigo mío en cualquier parte del mundo.” Además, prosiguió, “apoyamos al gobierno de Libia, a la independencia de Libia.” (3) Con sus declaraciones Chávez tomaba nota de la precoz advertencia formulada por Fidel ni bien estalló la crisis libia: ésta podría ser utilizada para legitimar una “intervención humanitaria” de EEUU y sus aliados europeos, bajo el paraguas de la OTAN, para apoderarse del petróleo y el gas libios. Pero de ninguna manera esta sabia advertencia del líder de la revolución cubana podría traducirse en un endoso sin reservas al régimen de Kadafi. No lo hizo Chávez, pero sí lo hizo Ortega. Como era de esperar, la descarada manipulación mediática con la que el imperialismo ataca a los gobiernos de izquierda de nuestra región torció el sentido de las palabras de Chávez y de Fidel haciéndolos aparecer como cómplices de un gobierno que estaba descargando metralla sobre su propio pueblo.(4)

En una esclarecedora nota publicada pocos días atrás en Rebelión Santiago Alba Rico y Alma Allende argumentaron persuasivamente que un erróneo posicionamiento de la izquierda latinoamericana –y muy especialmente de los gobiernos de Venezuela y Cuba- en la actual coyuntura del mundo árabe “puede producir al menos tres efectos terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y ‘represtigiar’ el muy dañado discurso democrático imperialista. Todo un triunfo, sin duda, para los intereses imperialistas en la región.” (5) De ahí la gravedad de la situación actual, que exige transitar un estrechísimo sendero flanqueado por dos tremendos abismos: uno, el de hacerle el juego al imperialismo norteamericano y sus socios europeos y facilitar sus indisimulados planes de arrebatarle a los libios su petróleo; el otro, salir a respaldar un régimen que habiendo sido anticolonialista y de izquierda en sus orígenes -como lo fue, por ejemplo, el APRA en el Perú- en las dos últimas décadas se subordinó sin escrúpulos al capital imperialista y abrazó y puso en práctica, sin reparos, las fatídicas políticas del Consenso de Washington y los preceptos de la “lucha contra el terrorismo” instituída por George W. Bush. Leer más