El Chaco Americano: Actores de la construcción de un territorio compartido

Sobre fronteras en la región chaqueña

, por Fundación Plurales , KREMER Liliana

Julio 2015

Migraciones transnacionales entre Bolivia y Argentina en el cruce de Yacuiba-Salvador Mazza

Monte nativo, Gran Chaco. Créditos : www.gran-chaco.org

El uso de pasos fronterizos tiene dinámicas y códigos propios que no guardan relación con las normativas vigentes de cada país [1]. Estos espacios, determinados por dinámicas de intercambio de distinta intensidad están sometidos a los efectos fronterizos que configuran su perfil y coherencia. A partir de la 2ª mitad del siglo pasado, Bolivia comienza a asignar importancia a esta parte de su territorio, lo que implicó una apertura creciente hacia Argentina y Brasil. Las fronteras al sur (incluyendo Bermejo-Aguas Blancas), son las más avanzadas en términos de integración fronteriza, lo que se manifiesta por la circulación de personas, bienes y energía, manejo de los ríos, comercio y contrabando. La carretera Santa Cruz-Yacuiba está en constante desarrollo y se duplicó por el tren que traslada mercaderías. Entre Santa Cruz y Buenos Aires, existe la ruta asfaltada más larga de Bolivia.

Las distribuciones espaciales de población y dinámicas de movilidad dependieron, históricamente, de las características físicas, recursos y uso de los territorios. En cuanto al espacio fronterizo boliviano-argentino de la zona del Chaco, con su corredor migratorio responde a una franja de la llanura chaqueña, desde Bolivia, a partir de los ríos Otuquis y Parapiti hasta el Río Salado en Argentina, englobando la mitad oeste de Paraguay. Esta oposición revela una complejidad fundamental que no puede captarse sin tener en cuenta ambos lados de la frontera: los espacios residenciales se diferencian en función de los parámetros de la migración (origen geográfico, actividad profesional inicial, experiencia migratoria, redes sociales, etc.).

Al pie de las sierras subandinas, donde comienza a desplegarse la llanura chaqueña, se encuentra el conglomerado Salvador Mazza-Yacuiba. El primer tramo de este sector del límite se demarcó a lo largo de la confluencia del río Pilcomayo.

La frontera y su relación con la movilidad laboral

Durante el siglo 20, Argentina fue uno de los principales destinos para las migraciones limítrofes, entre ellas, las de origen boliviano. Este movimiento migratorio fue variando históricamente en relación a la temporalidad, a la relación origen y destino, a las características socio-económicas de los sujetos y al mercado laboral. Constantes idas y venidas atraviesan las diferentes zonas y períodos considerados.

Algunas probables causas de las migraciones laborales son la emergencia del sector agroindustrial azucarero en el noroeste argentino; la conquista del Gran Chaco y sometimiento de sus sociedades indígenas; la transformación del mercado de trabajo en el espacio salteño-jujeño; y la formación de mercados de trabajo urbano y periurbanos en ciudades argentinas.

Es en este territorio fronterizo en donde los límites internacionales definen el alcance del poder del Estado y son quienes marcan las diferencias entre una comunidad nacional y el resto. Además es la señal de hasta dónde se extiende un sistema de derechos, deberes y garantías, aun cuando este no sea eficiente. Tanto Bolivia como Argentina definen sus parámetros y criterios de inclusión y exclusión, por lo que los límites son un sistema particular de asimetrías. Surge la movilidad como una estrategia individual o grupal para achicarlas y beneficiarse con mejores recursos existentes en el país vecino (Peiter, 2007) ya que los estados nacionales son territorialidades que coexisten con multiplicidad de otras territorialidades de diversa índole y con dinámicas variables.

Servicios cotidianos, consumos y comercio

El grueso de las necesidades cotidianas se satisfacen con lo que ofrece el mercado local. Los intercambios de mercadería son de mayor o menor intensidad, en uno u otro sentido según el tipo de cambio y a quién beneficia, lo que varía según las políticas económicas de uno de los dos países. Hay vendedores bolivianos que van al lado argentino ofreciendo productos de contrabando ya que se consiguen a mejor precio o calidad que del otro lado del puente. En Argentina, eligen comprar carne, vino, quesos hasta colchones o electrodomésticos, ya que se consideran mejores, pero otros productos, como gaseosas, cebolla colorada, ropa china, coca, ciertos alimentos se compran en Yacuiba, ya que son más baratos. Esto genera incesantes movimientos cotidianos, individuales o familiares, facilitados por el régimen de “Tráfico Vecinal Fronterizo” que, de acuerdo a compromisos internacionales permite el intercambio libre de formalidades y sin pago de impuestos aduaneros, entre poblaciones fronterizas cuando se trata de mercaderías destinadas al consumo doméstico. A lo largo del tiempo, la actividad comercial consolidó el proceso de urbanización de la frontera y esta se instituye como un recurso económico que desarrolla circuitos que aprovechan las disparidades cambiarias y las diferentes posibilidades que ofrecen los controles estatales.

El tráfico vecinal y el comercio hormiga

Históricamente, el arriero o mulero boliviano era principalmente indígena y transportaba lanas; el argentino, era criollo y llevaba vacas y mulas. Ambos eran vitales para transportar coca y chicha, suelas y algunos minerales. Nunca participaban mujeres. En la actualidad, este intercambio fue reemplazado por el comercio hormiga basado en el pequeño contrabando, mayoritariamente realizado por mujeres.

Hay empresas que apuntan a colocar productos industriales argentinos (como la harina de Buenos Aires) en el mercado boliviano y lo hacen a “camión abierto”, llevando la carga hasta el lado argentino de la frontera y desde allí se traslada la carga a tracción a sangre humana, para luego volverla a cargar en otros camiones. Así, aparece la figura del bagayero, pasero o mula. Todas estas formas de nombrarlos hacen referencia a personas involucradas en el movimiento fronterizo local de bienes. En algunos casos son intermediarios y en otros, por cuenta propia. Existe el trabajo del bagayero legal e ilegal; en ambos participan hombres y mujeres. Los que cruzan el puente internacional están sindicalizados y cobran aproximadamente dos dólares por bulto. Los otros cruzan por los circuitos ilegales, pero no clandestinos, pues todos los conocen y son muchos los que lo usan.

Una práctica cotidiana y recurrente es que personas bolivianas introduzcan coca en Argentina, lo que profundiza las imágenes estigmatizadas sobre la ilegalidad y el contrabando. Son prácticas informales que atañen a niños y adolescentes sin ningún tipo de protección, en todos los puestos de frontera los conocen y se aprovechan de situaciones de extrema vulnerabilidad. La Gendarmería, sustrae bolsitas de coca de uso personal, pero es solo una puesta en escena que no tiene relación con la magnitud que alcanza el narcotráfico. Se han recogido testimonios de numerosos casos de violaciones y embarazos producto de relaciones forzadas entre gendarmes y bagayeras, las que son obligadas a tener relaciones bajo amenaza de sacarles su mercadería.

Tráfico ilegal y criminalizado de bienes y personas

La frontera es un espacio de contacto entre sistemas legales diferentes, pero sobre todo con un consolidado sistema ilegal y mafioso que no reconoce fronteras. Lo que es permitido de un lado no lo es del otro, produciendo graves problemas: tráfico de niños, niñas y mujeres jóvenes y el narcotráfico cada vez más intensos.

Recogiendo información de la prensa local, las autoridades que actúan en la zona, reconocen que se secuestra solo el 10% de las drogas que se trafica. Salvador Mazza es la puerta de entrada para gran parte de la cocaína que se consume en Argentina y que se exporta hacia otros países. La cantidad de droga que se secuestra, los crímenes cada vez más frecuentes y violentos relacionados al narcotráfico, la conocida instalación de carteles narcos colombianos y mexicanos en el lugar, el retiro de las fuerzas de Gendarmería confirman la ampliación del fenómeno. En Salvador Mazza, está el “Sector 5”, es un barrio al que se accede desde Bolivia por un puente de madera colgante a través de una cuesta pronunciada de tierra y al que los vecinos tratan de evitar. Es adyacente al temido barrio “África” de Pocitos. La droga cruza de patio a patio, de mano en mano. En el “Sector 5” como en “África”, muchas casas dan a la quebrada con sus propios senderos para cruzar, en donde no se localizan gendarmes. Pasan del patio de una casa de Bolivia al fondo de otra en Argentina en segundos. Hay lugares en donde no hay casas y el monte más tupido, facilita pasadizos y escondites. La droga pasa todos los días y a toda hora.

A un “pasador” –que es quién cruza la droga por la frontera–, le pagan entre 200 y 300 pesos argentinos por cada kilo de cocaína que entra a Argentina. Para cruzar con drogas, se usan varios métodos según la cantidad: para ingresar entre uno y dos kilos, se usa a las “vagineras” (mujeres que se introducen un profiláctico con cocaína en la vagina); a los “encapsulados” (los que la tragan y la llevan en el estómago) y a gente que se la adhiere con bolsas a distintas partes del cuerpo. Si son entre cinco y 50 kilos, los cargan en mochilas para atravesar los montes fronterizos, sea a pie, en burro, o en moto. Más de cincuenta, los pasan en autos, en los paneles de las puertas o en los asientos. Cuando se trata de más de 80 kilos, los ocultan en camionetas con doble fondo. Y para más de 300 kilos, lo transportan en camiones ocultos entre maderas, carbón o muebles. El resto se transporta en avionetas.

El tráfico de personas

La Pastoral Inmigratoria de Humahuaca advirtió que alrededor de 9 mil niños, provenientes de las zonas rurales pobres de Potosí y su periferia, cruzan cada año la frontera entre Bolivia y Argentina sin existir registro de hacia dónde los llevan. Según estas investigaciones, familias campesinas bolivianas en situación de extrema pobreza entregan sus hijos a personas que ofrecen posibilidades de trabajo del lado argentino. Estos desplazamientos se realizan en forma cotidiana, a lo que se suma el problema de la falta de documentación de muchos niños, nacidos de uno y otro lado, y del desarrollo de mercados de trabajo semi-esclavos en áreas rurales de Argentina
La trata de personas cuyas víctimas más frecuentes son los niños y las mujeres, es una forma de esclavitud moderna, una violación de los derechos humanos que constituye un delito contra la persona y el Estado, es la captación, traslado y recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza (coacción, rapto, fraude, abuso de poder) con la concesión de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación (sexual, laboral y prácticas esclavizantes, extracción de órganos), es un problema mundial que trasciende las fronteras nacionales, de carácter análogo al tráfico internacional de drogas y de armas. (Likremer 2014)

En Bolivia, desde julio 2012 está vigente la Ley 263, denominada “Ley Integral contra la trata y el tráfico de personas” [2]. Esta señala las siguientes actividades como prácticas comunes referidas al delito de trata y tráfico: abuso de una situación de vulnerabilidad, explotación, servidumbre, servidumbre por deudas, servidumbre costumbrista, matrimonio servil, guarda y adopción ilegal, trabajo forzoso, amenaza, turismo sexual y mendicidad forzada. Casi al mismo tiempo, en Argentina se aprobó la Ley 26842 contra la trata de personas. Esta Ley plantea la ampliación de las condenas para los delitos de explotación sexual simple que prevé entre dos y cuatro años, y elevación de la condena de cinco a 15 años en los casos en que la víctima quede embarazada o sea menor de edad. Elimina el consentimiento como elemento exculpante para quien sea responsable de promover la prostitución y explotar a una mujer.

Efectos de frontera: comunidades guaraníes en ambos lados de la frontera

¿De qué manera una frontera como la boliviano-argentina, poco controlada por el estado, permite el vínculo entre los guaraníes de ambos países—cruce de ideas, solidaridades, parentescos y organizaciones? (Hirsch, 2004).

Para los guaraníes, la frontera entre Bolivia y Argentina no es un obstáculo físico para atravesar. Los que habitan las zonas de frontera, comparten un origen étnico, una lengua en común [3] y una historia de subalternidad frente a sus respectivos estados y sociedades nacionales. Son zonas de intenso tráfico humano y comercial, que producen prácticas políticas y discursivas. Los habitantes de las fronteras están en constante contacto con los del otro lado, vinculándose a través del matrimonio, la economía informal, el mercado, el consumo, los deportes y la religión. Para los guaraníes la frontera no son puestos de migración sino zonas de negociación en las que se consolidan cambios económicos, sociales y políticos a los que la gente se adapta con mucha habilidad.

Hay diferencias en los tipos de relaciones que mantienen con cada uno de los estados nacionales. Por un lado, en Bolivia resistieron bélica y políticamente buscando garantizar su territorio y autodeterminación desde el fortalecimiento de sus estructuras organizativas (APG). En Argentina viven una situación de mayor dependencia política y social frente a la sociedad y el estado. En el caso de Bolivia, no necesitan recurrir a imágenes folklóricas de su identidad para negociar o expresar sus necesidades, haciendo públicas sus demandas y movilizaciones. Ellos juegan una función importante en la construcción de la identidad guaraní argentina ya que para representan la identidad “auténtica” y al mismo tiempo el atraso económico, Por otro lado, los guaraníes bolivianos ven a sus vecinos argentinos más adelantados económicamente, pero a costa de haber perdido la lengua, el territorio y el “teko” guaraní: su modo de ser.

Los guaraníes argentinos toman de sus vecinos del Norte aquellos elementos que refuerzan los ámbitos organizativos y culturales de su sociedad. Han podido observar el rol que cumplen las organizaciones indígenas en Bolivia, han vivenciado el uso de la lengua como arma de lucha política y cultural, y han aprendido que una organización no tiene que ser necesariamente dependiente de instituciones estatales o privadas. Frente a los guaraníes de Bolivia, los de la Argentina expresan su identidad reafirmándola, los del otro lado de la frontera son un espejo en el cual se refleja una identidad vigorosa, que no claudica. Según Trujillo (1994, p.136):

"La población indígena ha vivido una afirmación de sí y un proceso de constitución en sujeto político. Estos fenómenos implican una creciente conciencia de la vida pública o un proceso de reconocimiento de sí como un ente en capacidad de acción pública que contrastaría con su pasado de exclusión de los mecanismos de participación política."

Para los guaraníes de Argentina, una frontera relativamente abierta y permeable permite cruces simbólicos y la conexión con pares del otro lado de la frontera, cuyas prácticas políticas participativas refuerzan sus propios proyectos políticos (Hirsch, 1997).

El surgimiento de la APG [4] y la implementación de un proyecto de educación bilingüe brindan nuevas perspectivas para las comunidades que buscan mayor participación política y tener el derecho a vivir una identidad alterna.