Descolonizar! Conceptos, desafíos y horizontes políticos

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Racización, racialización: emergencias, resistencias y apropiaciones

, por EL IDRISSI Sarra

A manera de introducción a este número de la colección Passerelle dedicado al pensamiento decolonial, el objetivo de este artículo es desentrañar las nociones racización [1], racialización y de raza para poder situarlas mejor en el debate social francés. A través de un enfoque transversal que combina reflexiones sociológicas y debates contemporáneos, proponemos una lectura transversal de las cuestiones sociohistóricas y políticas que están en juego en las realidades que estas nociones engloban actualmente.

Aunque la noción de raza biológica no exista, la construcción social y política del racismo está bien arraigada y a menudo se refiere a ella con la noción de «raza social».

En primer lugar, es necesario definir los alcances de los términos en cuestión: la racización se define desde el punto de vista sociológico [2] a partir de los años 2000 como «el proceso que tiende a asimilar a una persona o a un grupo de individuos a una categoría humana –a una raza, para decirlo de alguna manera– sobre la base de características específicas y criterios subjetivos. Esto es el caso cuando nos referimos a un grupo de jóvenes franceses como negros o africanos, o cuando ponemos a franceses nacidos en Francia de origen magrebí en la categoría «árabe, moro» etc. sin tomar en cuenta otras características que podrían calificarlos en su complejidad individual.» El adjetivo racisée (‘racializada’) aparece en el diccionario Le Robert en 2018 y define a una persona que sufre el racismo y la discriminación. Este «reconocimiento lingüístico» se produce bastante tarde, si tomamos en cuenta la violencia de las realidades que conlleva el proceso de racización en sí mismo. Su surgimiento en las ciencias sociales se remonta a los años 1970.

La aceptación y el uso de este concepto, sin duda, han sido influenciados por la evolución del contexto sociopolítico. De hecho, las discriminaciones relacionadas con el racismo sistémico siguen estando muy presentes. Perceptibles o insidiosas, emanan de un sistema que las produce, las alimenta y sigue siendo una preocupación para los grupos llamados racializados en cuanto a sus condiciones de vida en Francia. Reivindicarse racializadx es negarse a someterse a las diferentes formas de objetivación política, es decir, negarse a ser reducidx a un objeto político, definido siempre por los demás, nunca por unx mismx; y exigir ser reconocidx como sujeto político.

Este clamor generacional es la reivindicación de ser vistxs y escuchadxs, y también implica una denuncia, la del racismo sistémico: una toma de conciencia que devuelve a gran parte de la sociedad a su propio malestar y a sus propias fracturas. Esta es probablemente una de las razones por las que en Francia la reivindicación política del término y el despliegue de acciones que lo sustentan son tan sensibles como controvertidos.

Emergencia de la noción de racización y de racialización en las ciencias sociales

El término racialización aparece definido en 1961 en una publicación del filósofo y ensayista Frantz Fanon, figura emblemática del anticolonialismo. En su obra «Los condenados de la tierra» (‘Les damnés de la terre [3]), Fanon describe la racialización como un proceso político productor de jerarquías raciales. La racialización es entonces la manifestación de relaciones de poder raciales entre grupos humanos situados en un contexto, en una época en la que esta relación de poder permitía legitimar la explotación de varios grupos humanos (los colonizados) y por extensión la colonización, y también la explotación de algunas categorías socio-profesionales, la clase obrera en este caso. Estos mecanismos alienantes conducen a procesos de interiorización de un sentimiento de inferioridad. Sin embargo, el uso del término quedará dentro de los límites de las ciencias sociales y será teorizado, una década más tarde, en el mundo anglosajón. No es hasta hace poco que surge de nuevo un interés tan polémico por este término.

Se atribuye la emergencia contemporánea del concepto de racización a la socióloga francesa Colette Guillaumin, conocida por su mayor obra La ideología racista editado en 1972. Es en este trabajo que fundamenta sus ideas al referirse a las personas “racisées” (racializadas). Guillaumin evoca la pluralidad y la particularidad de los racismos existentes (xenofobia, antisemitismo, misoginia, racismo antinegrxs, racismo anticolonizadxs, etc.) Cada una de estas formas de racismo se manifiesta de forma diferente con actos y palabras distintos, sin embargo, estas formas presentan similitudes. Colocan a los grupos llamados racializados en estado de minoría y asientan de facto una relación de opresión, concepto teorizado en 1957 por Albert Memmi, ensayista franco-tunecino y autor del libro Retrato del colonizado, retrato del colonizador. Los diferentes grupos minoritarios tendrán más probabilidades de sufrir discriminaciones cuando emanan de brechas legales o de costumbres. Discriminaciones que no afectarán, necesariamente, el racializante, como lo precisa Guilaumin, que sigue aprovechándose de privilegios «raciales» heredados de la época colonial y a los cuales le es difícil renunciar. El racializante contribuye entonces inconscientemente a perpetuar la espiral de las discriminaciones.

En 2011, el sociólogo Christian Poiret define en sus trabajos cuatro grandes formas de aprendizaje que, aunque relacionados entre sí, son diferentes: la racialización, la alterización, la concientización y la adaptación a la situación de subordinación. Define la racialización como proceso cognitivo por el cual se ha moldeado el mundo y se define la situación, un proceso de construcción de la realidad social, es decir, la fase mental del racismo entendido como una relación social. Paralelamente, la noción de racización designaría las prácticas y las actitudes orientadas y justificadas por la racialización –sean conscientes o no– y que tiene como efecto actualizar la idea de raza produciendo individuos y grupos racializados.

En otras palabras, la racización forma parte del proceso de racialización que no debe en ningún caso ser disociado del de una jerarquía entre racializantes y racializados. Las personas pueden ser calificadas de «racializadas» cuando sufren estos procesos (Guillaumin, 1972).

Es necesario mencionar que el término ha permitido introducir la cuestión de la raza social en el debate público. Este fue uno de los objetivos de los promotores del tema, que opinan que fue omitido e invisibilizado durante mucho tiempo en la doctrina del universalismo republicano francés. Esta puesta en la agenda «lingüística» busca visibilizar las desigualdades pero sobre todo la doble discriminación i) racial por una parte y ii) socioeconómica, urbana y política que afecta a las personas y a los grupos racializados, por otra parte.

Resistencias e interseccionalidades

Algunos actores del escenario mediático y político francés sostienen que no se debería hablar del color de piel y menos aun de «raza». De hecho, la Asamblea nacional decidió por unanimidad, en 2018, la supresión del término «raza» de la Constitución francesa de 1958.

¿Qué significa esto? Por supuesto, la ley garantiza de facto la igualdad de todxs lxs ciudadanxs francesxs sin importar religión, sexo, color de piel o etnia. Dicho esto, lejos de querer confinar a lxs ciudadanxs de manera reductora a sus características distintivas, o remitirlos a sus grupos de afiliación y/o pertenencia, ¿cómo se materializa concretamente, en la realidad social, esta supuesta igualdad? ¿Cómo se manifiesta en la práctica? A falta de estudios «científicos» que den prioridad a los datos [NdT prohibidos en Francia], es importante remitirse a la bibliografía existente sobre este tema, en la que destacan los enfoques cualitativos a partir de la recopilación de relatos, testimonios y la expresión de los sentimientos y experiencias de lxs extranjerxs residentes en suelo francés o de lxs francesxs de origen migrante que sufren sistemáticamente discriminación racial.

En todas las disciplinas, los resultados son contundentes e inequívocos: la cuestión del origen y la raza desempeña efectivamente un papel importante en la construcción social de las desigualdades en Francia.

Más allá de superar el enfoque de la lucha de clases articulada con las desigualdades espaciales, sociales y económicas, se trata de afirmar, dentro de un enfoque interseccional, [4] que estas luchas también están atravesadas por desigualdades raciales, y también por las de género, etc. ¡La clase social no anula la raza!

Así pues, es imperativo para la sociología francesa preguntarse el lugar de la raza como construcción social y política en las relaciones de poder y de articularla junto a las relaciones de clase como factor determinante de las desigualdades, en un enfoque de imbricación de relaciones sociales. De hecho, podemos preguntarnos concretamente: ¿en qué medida coinciden las cuestiones de clase y de raza?
Para ello, el análisis contextual e interseccional de las desigualdades que se producen en una sociedad o territorio sigue siendo esencial para desentrañar el entramado de desigualdades que puede adoptar múltiples complejidades.

Sin embargo, este paradigma de la clase versus la raza está en el centro de divergencias fundamentales entre dos escuelas y corrientes sociológicas distintas que es importante situar históricamente.

La sociología estadounidense, como lo explica Howard Becker, empezó de manera temprana a usar la etnia y la raza como criterios de diferenciación de los grupos sociales y de las comunidades dentro de la sociedad. Lo convierte en un marco para abordar los problemas sociales con el fin de entender mejor sus fundamentos y actuar contra las desigualdades. Este enfoque, en los Estados Unidos, impulsó políticas y medidas específicas propias del contexto y de la historia de los movimientos sociales de lucha contra la segregación racial. Lo acompañó una producción de datos estadísticos basados en la raza, sistemas de cuotas y mecanismos de discriminación positiva para garantizar la representatividad de las razas en las instituciones académicas, las instituciones políticas, etc. Sin embargo, este sistema, de alguna manera dividido en torno a la raza, es propio de una historia, de movimientos de lucha contra la esclavitud en América del Norte, a los que se ha reprochado durante mucho tiempo omitir la cuestión de las relaciones de clases y su transversalidad en la lucha contra el racismo. Esto no es tan sorprendente, ya que al americanismo nunca le ha agradado los temas de lucha de clases que ocultarían la propia sombra de la amenaza comunista representada como el eje del mal que frenaría el impulso liberal de la ideología estadounidense.

Sin embargo, en los Estados Unidos, y en la línea de los movimientos históricos de lucha contra el racismo y la segregación, surge un movimiento llamado Woke [5] que se denomina en Francia de Wokisme. Este movimiento surge como respuesta al asesinato de George Floyd a manos de la policía estadounidense y tiene como objetivo el despertar (to wake en inglés) de las personas no racializadas y la toma de conciencia de la existencia de violencias, injusticias y discriminaciones que sufren los grupos racialzados.

En Francia, en el caso de Adama Traoré muerto en 2016, que aún se encuentra en fase de instrucción, la movilización de un comité «Vérité pour Adama» (‘Verdad para Adama’) sigue una lucha feroz por el reconocimiento de las realidades y de las prácticas racistas y violentas por parte del cuerpo policial. Este caso ha sido de gran importancia para poner en la agenda las cuestiones de racización a la cual nos referimos anteriormente. Al igual que el movimiento woke ha sido percibido por algunxs observadorxs como una forma de importación de luchas americanizadas. Sin embargo, es importante situar aquí las corrientes sociológicas francesas predominantes que en Estados Unidos se conocen como French Theory y que han marcado inevitablemente la historia y el enfoque político de los movimientos de lucha tanto en Estados Unidos como en Francia. De Derrida a Foucault, pasando por Bourdieu y Deleuze, la filosofía del deconstructivismo, concebida como un enfoque crítico del poder y de la jerarquía como construcciones sociales, se implantó y arraigó rápidamente en la cultura estadounidense. La influencia es, pues, como suele ocurrir, mutua y recíproca.

La idea central del movimiento woke, 30 años más tarde, sigue siendo la misma: lo que algunxs van a llamar «la obsesión de la raza, del género y de la identidad», otros movimientos (particularmente en Francia) la reivindican como un reconocimiento de las diferencias a través de un análisis sistémico de las relaciones de dominación; la única capaz de corregir las desigualdades sistémicas que persisten.

Colectivo kurdo en la ciudad de Mulhouse, Francia.
Fuente : Sarra El Idrissi

Apropiación por los movimientos y actores sociales

Sin embargo, las personas designadas como «racializadas» distan mucho de ser unánimes en cuanto al uso de dicho adjetivo. La apropiación del término «racialización» o «persona racializada» sigue siendo propia de ciertas clases sociales y políticas, informadas y ‘expertas’. La apropiación de este término por los grupos raciales sigue estando en su etapa inicial.

El término es percibido por muchxs como otra forma más de estigmatización, acompañada a menudo de una serie de cuestionamientos y de una curiosidad de las personas no racializadas por comprender las desigualdades sufridas por las personas no blancas. Algunas personas racializadas consideran que, como personas «no blancas», ser racializadas es, de algún modo, verse asignadas a ser objeto de discriminación. Así, varios sectores de los llamados grupos «racializados» se niegan hoy en día a que se les asigne esta categorización, que consideran reduccionista, y con ello pretenden superar las formas subyacentes de opresión económica y social; ya sea porque su ascenso social y profesional les ha elevado a un estatus social superior, o simplemente porque se niegan a que se les reduzca a la condición de persona oprimida a la que se priva de su propia autodeterminación.

Para otras personas, en cambio, se trata de reafirmar su identidad, su diferencia y de visibilizar la discriminación y el prejuicio perpetuados por la sociedad.

Para encontrar una salida a este debate controvertido, una breve retrospectiva a la historia contemporánea de Francia podría arrojar algo de luz. ¿A quiénes nos referimos cuando hablamos de personas racializadas en Francia? ¿Negrxs, árabes, judíxs, romaníes , musulmanxs? ¿No blancxs?

Para comprender el lugar y la presencia de estos diferentes grupos en Francia, nos detendremos en la historia relativamente reciente de la migración y en la singularidad de los movimientos de lucha que han dado lugar a una nueva realidad social.

Por un lado, esta historia de la inmigración está íntimamente ligada a la historia colonial. La mayoría de migrantes obreros que vinieron a reconstruir Francia después de la guerra provienen de las antiguas colonias; al igual que sus padres que sirvieron en el ejército francés en la Primera y Segunda Guerra Mundial, en las guerras de Indochina y de Argelia. Muchos de esos soldados han podido beneficiarse de compensaciones, y a quienes desertaron para unirse a los movimientos de liberación nacional de sus países se les han negado las indemnizaciones relativas al tiempo pasado al servicio de Francia. Todos los intentos de sofocar las luchas indígenas han llevado a una toma de conciencia de la necesidad de una autodeterminación, pero no antes de una autodefinición. Se trata, pues, para los grupos racializados, de denunciar políticamente un sistema de asignación heredado de la historia colonial que Francia se resiste a reconocer.

De hecho, al llegar a Francia, no había nada en el discurso que sugiriera una segregación intencionada, ya que se suponía que la mayoría de los recién llegados volverían a sus casas. Un simple y banal préstamo de mano de obra dócil, poco calificada, y sobre todo barata. Sin embargo, la historia tomará otro rumbo y la mayoría de esta mano de obra permanecerá en Francia. Las condiciones de vida de los migrantes y de sus familias resultarán degradantes. Las viviendas insalubres, el acceso desigual a la sanidad y a la educación atestiguan una escasa ascensión social, y se les suele responsabilizar en caso de fracaso. Mientras que la cuestión de la desigualdad racial no se pone de manifiesto, sí lo hace la de la «meritocracia».

De ahí la importancia de insistir en que prosiga el debate entre los colectivos afectados y en la esfera pública, en el marco de una reflexión y de un camino político que apunte a la concientización y a revertir las discriminaciones sistémicas en vez de generar adaptaciones que reproduzcan y refuercen las situaciones de subordinación.

El proceso de racialización se sustenta en su carácter colectivo que puede observarse en los movimientos sociales y en la manera en que abordan esta cuestión.

Perspectivas para las luchas antirracistas

En Francia, la lucha contra el racismo comenzó a partir de los años 1980 con la marcha por la igualdad y contra el racismo, rebautizada de manera caricaturesca por los medios de comunicación de la época como la «marcha de los beurs [6]». [7] Aparece a continuación todo un movimiento que reúne a nuevos actores asociativos (por ejemplo, SOS racismo) que se unen a dinámicas existentes e históricamente reconocidas (LDH, [8] LICRA, [9] MRAP, [10] etc.) y dando lugar a campañas promovidas por grupos militantes y asociaciones creadas para luchar contra las discriminaciones.

Aunque estos movimientos lograron un apoyo político real en su momento, la manera en que se gestionó políticamente la marcha, sin embargo, fue algo aislado: el Presidente de la República recibió a los líderes de la marcha y aprobó el permiso de residencia de 10 años para lxs trabajadorxs extranjerxs.

Ante los «logros» relativamente modestos de estos movimientos, que algunxs consideran demasiado cercanos al Estado y a las instituciones, el debate sigue igual de candente; y con razón, ya que la discriminación es cada vez más dura e institucionalizada. De ahí que el desafío fundamental, para los grupos racializados y sus movimientos, es mantener la autonomía frente al poder para así emanciparse. En lo que se refiere a la historia colonial, todavía no ha hecho su gran entrada en los manuales escolares y el papel desempeñado por la inmigración en la construcción de la Francia de la posguerra sigue enseñándose mal.

El sistema del universalismo republicano pretende así hacer invisible esta parte de la historia que seguirá socavando las aspiraciones a la diversidad, a la cohesión social y a la convivencia; hasta que, primero, sea reconocida, después debatida, y finalmente surja una verdadera voluntad política de poner en marcha un proceso de reparación/reconciliación.

Es importante también ver la dimensión de resistencia al racismo en las dinámicas que estos conceptos aportan al panorama sociopolítico actual. Estas resistencias epistemológicas están sustancialmente y más ampliamente ligadas a la lucha decolonial, que tiende a restablecer una memoria de los pueblos, pero también a romper con los sistemas de dominación y opresión económica de los países del Norte sobre los países del Sur. Recibámoslos con una perspectiva introspectiva centrada en la manera en que la sociedad francesa se observa a sí misma.

Notes

[1NdT: el término francés ‘racisation’ (que se distingue de ‘racialisation’) no es utilizada ampliamente en castellano, que utiliza mayormente ‘racialización’ para referirse a los procesos de asignaciones raciales que generan discriminación. Sin embargo, como este texto lo argumenta, existe en francés una distinción conceptual entre ‘racisation’ y ‘racialisation’; por lo cual, hemos mantenido la castellanización de los términos.
En cuanto al término “racisé·e(s)”, que más se utiliza en francés, hemos mantenido la traducción “racializadx”, ya que no existe distinción conceptual alguna.

[2Micheline Labelle, Un lexique du racisme : Étude sur les définitions opérationnelles relatives au racisme et aux phénomènes connexes, Montréal/Paris, CRIEC/UNESCO, 2006, 49 p.

[3NdT: publicado en 1961, acompañado de un prefacio de Jean Paul Sartre (Éditions Maspero), en Francia y fue traducido al castellano en 1963 por Julieta Campos (Fondo de Cultura Económica), en México.

[4En referencia al término «interseccionalidad» desarrollado por la jurista Kimberle Crenshaw en 1989 para abordar formas de opresión múltiples vividas por las mujeres afroamericanas, el término también se aborda como marco de análisis de las desigualdades sociales.

[5NdT: en castellano, no existe una traducción muy extendida. En el los medios generalmente se usa el término inglés. En la jerga coloquial de España se llama despiertismo al movimiento y despiertos o despiertitos, a los que lo siguen, el primero como término neutro y el segundo despectivo. Una traducción propuesta por la RAE es concienciado. Fuente: https://www.fundeu.es/

[6NdT: El término beur nació a principios de los años 1980, coloquialmente, significa “árabe” (dicho al revés en francés, verlan), designa a personas, principalmente jóvenes de origen árabe.

[7Nombre que sus detractores le dieron a la «marche pour l’égalité et contre le racisme», primera marcha nacional antirracista que tuvo lugar en Francia del 15 de octubre al 3 de diciembre de 1983. Para mayor información en línea United Explanations Web https://www.unitedexplanations.org/2016/03/07/el-movimiento-beur-en-francia-reminiscencia-de-una-lucha-por-la-igualdad/

[8La Liga por los derechos del hombre (LDH)

[9La Liga contra el racismo y el antisemitismo (LICRA)

[10Movimiento contra el racismo y por la amistad entre los pueblos (MRAP)

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Sarra El Idrissi es doctoranda e investigadora en sociología en la Universidad de Haute-Alsace, y militante asociativa en Francia y el Maghreb. En los últimos diez años, ha trabajado en la esfera de la cooperación internacional en Egipto y otros paises del Maghreb.