Desde hace años existe una marcada contradicción entre la tradicional visión de la política cultural como promoción del acceso ciudadano y la diversidad, y una nueva orientación que se ha expandido desde la década del 80 en la que la cultura es vista principalmente como una mercancía de gran potencial económico. En efecto, a partir de la "Ronda de Uruguay" (1986-1994) de la Organización Mundial de Comercio (OMC) los servicios y bienes culturales comenzaron a formar parte de la agenda del organismo. Se trata de un acontecimiento que marca un "antes y un después" en la relación cultura / comunicación y mercado. Aún cuando se mantienen restricciones, es a partir de dicho momento que los criterios que guiaban la regulación del sector cultural terminan de asumir un sesgo economicista, en detrimento del enfoque basado en la protección de la libertad de expresión, el acceso a la cultura y el pluralismo informativo.
Estas transformaciones tienen estrecha vinculación con los intereses de generar un mercado global de comunicación y cultura. Si bien la transnacionalización de los bienes culturales encuentra tempranos antecedentes, la posibilidad de unificar la distribución de bienes simbólicos instantáneamente y a nivel global, está estrechamente vinculado al proceso de digitalización e informatización de la cultura. Leer más