En el mundo andino, nuestros antepasados miraban a todos los elementos de la naturaleza como seres vivos, con los cuales debían aprender a convivir y respetar. Cultivaron y criaron diversidad de especies, generando hábitats que albergaban todo tipo de seres que se apoyaban mutuamente, brindando así alimento y vida tanto a la tierra, como a insectos, plantas, animales, humanos y hasta seres sobre naturales (helada, montañas o apus, ríos, espíritus, etc). A su vez, los diversos seres de la naturaleza les transmitían señales que les ayudaban a poder determinar cómo sería el ciclo agrícola o prevenir determinados fenómenos climáticos. Toda esta forma de vida era sostenible en el tiempo.
Lamentablemente, muchos de estos conocimientos y formas de convivencia con la naturaleza, se están perdiendo por las prácticas actuales vinculadas al desarrollo de corte capitalista. Sin embargo, una prueba de su importancia es que cientos de años después, sin mayor mantenimiento, existen zonas arqueológicas que aún conservan parte de esa biodiversidad. Este artículo propone la necesidad de generar ecosistemas, partiendo de la experiencia de nuestros antepasados y su aplicación en algunas iniciativas actuales.
Un ecosistema desde los Andes
Entre las actividades económicas mayoritarias de la región del Cusco, la agricultura figura en primer lugar, seguida del turismo. Esa agricultura es heredera de una tradición milenaria, que le ha permitido desarrollar prácticas adaptadas a un medio ambiente diverso y complejo, en ese proceso cultural se ha desarrollado también una manera de comprender el entorno de manera integral, eso que ahora llamamos ecosistema.
“He aprendido que en la naturaleza nada germina, nada crece por gusto, cada uno tiene una función, sea planta, sea insecto, sea mamífero, sea ave, inclusive podemos proyectarnos a nivel microscópico, por ejemplo el suelo es fértil de manera natural porque tiene millones microflora y microfauna ... Eso me parece que era muy bien entendido y puesto en práctica por nuestros antepasados, aunque ellos no entendían de los temas que ahora conocemos muy científicamente, ellos lo entendían y lo aplicaban a la perfección” (Justo Mantilla Holguín, biólogo) .
Las ideas de la “revolución verde” han penetrado tardíamente en nuestras tierras, con los impactos ecológicos que traen. Los monocultivos, así como el uso de pesticidas, fertilizantes y demás intrantes químicos se propagan por la rentabilidad que permiten a los cultivos y porque, a diferencia de lo que sucede por ejemplo en Europa, aquí aún no se perciben los efectos negativos en su total dimensión. Algunos agricultores están conscientes de los pros y contras de estas tecnologías y deciden continuar o volver a los cultivos naturales.
“Nosotros mismos comemos todo lo que trabajamos, en el campo eso nomás comemos, los hijos, nietos, todos. Cuando teníamos nuestros abuelitos, ellos siempre así trabajaban, cuando trabajamos con esos otros abonos nos agarra enfermedades, hasta granos, todo tipo de enfermedades. Conozco varios familiares que han muerto ya, con todo tipo de enfermedades, hasta cáncer, porque en nuestro pueblo trabajan hasta con hormona. Dice hay hongos, microbios, así, esos gusanitos producen como abono, cuando le pones fertilizantes se mueren esos animalitos, entonces ya no da el producto bien” (Dolores Paile Estrada, agricultora).
Para fortalecer el trabajo ecológico, nos ayuda volver la mirada a la cosmovisión andina, que es de profundo respeto a la naturaleza, concebida como una gran familia, ayllu en idioma quechua:
“El ayllu es el extenso territorial que pertenece a una sociedad, a un tipo de cultura, vamos a decir a una comunidad. La comunidad tiene su propia agua, sus chacritas, tiene sus montañas o apus, todo está identificado como una persona, todos tienen nombres. Los gusanitos, las aves, las semillas, las piedras, todos compartimos, estamos atentos en ese territorio y ese es nuestro ayllu” (Jaime Araoz, profesor intercultural).
Cultivos asociados y diversidad de plantas
En lugar del monocultivo que emplea la agroindustria, la práctica tradicional andina se basa en cultivos diversificados, lo que se conoce como cultivos asociados. Se incluyen tanto las plantas cultivadas, como las silvestres que aparecen en el mismo territorio. Se asocian porque se apoyan mutuamente durante su crecimiento, ya sea porque le dan nutrientes necesarios al otro cultivo, ayudan a repeler plagas o ciertos animales, porque no compiten cuando crecen, porque le da sombra al otro cultivo, porque atrae insectos que protejan a los otros cultivos, porque le da buen sabor, porque son la primera comida mientras el otro cultivo aún no está listo, y así más formas de relacionarse. Pero también hay las plantas que no se llevan y es mejor separarlas. Es como una familia donde cada miembro tiene su personalidad y formas de relacionarse con los demás, y estas se deben respetar.
“El maíz con las arvejas y las habas, hasta en las parcelas grandes donde cultivamos maíz, wikchupa le decimos, nosotros ponemos las habitas ahí entre los maíces, para poder consumir en verdecito, igual la arveja” (Jesica Nina, escuela ecológica Ecohuella)
Pero esta práctica tiene sus modos, sus razones para asociar ciertos cultivos con otros.
“No es que yo ahora siembro maíz y mañana estoy sembrando alguna leguminosa, sino que en el primer aporque recién se debía poner las leguminosas. Las habas, arvejas, porotos, incluso algunos silvestres también podían ser comestibles. Esto va depender también del piso, tipo de suelo, todo aquello, porque al final el resultado de complementarse estas plantas es muy bueno, ambas se nutren” (Concepción Hanco, agricultor).
El otro tema clave es la valoración que se da a las plantas silvestres, comúnmente conocidas como mala yerba.
“A veces por formación en el propio modelo universitario que tenemos, nos conducen a hacer clasificaciones muy técnicas, muy frías, pero cuando uno va al campo no es así. Por ejemplo, una cosa que aprendí como biólogo era que las plantas dentro del campo de la etnobotánica se las suele clasificar tácitamente: alimenticias, medicinales, tintorias, etc. Pero en la práctica no es así, una planta puede tener varias funciones, varias utilidades y es un poco difícil encasillar el uso de una planta en una sola aplicación. A veces nos interesa el tema terapéutico o el nutritivo, pero una planta es mucho más, tiene función simbólica, función sagrada, función amortiguadora de la erosión de los suelos, contribuye a nutrir el suelo, ayuda a criar agua, finalmente es una planta sagrada” (Justo Mantilla, biólogo).
Nos brinda también un ejemplo del rol de un arbusto muy común en la región, y de los problemas que aparecen con su disminución:
“Por ejemplo se quema el Ch’eqche, que es una planta espinosa incluso con función medicinal, pero en el medio ambiente cumple la función de ser el reservorio o el medio donde se desarrollan los hongos de la roya. Entonces qué pasa si elimino los ch’eqches, la roya está en el ambiente, sus esporas están en el ambiente, al no encontrar su hábitat, su planta natural ¿dónde va a ir?, a los campos de cultivo, va a afectar al trigo”.
Cómo atraer insectos y animales beneficiosos
“Todo animalito tiene su secreto, tiene su deber, obligación de hacer algo” (Manuel Jesús Gallegos Almirón, agricultor).
Para el buen funcionamiento de un ecosistema, también se requiere la presencia de insectos y animales diversos que puedan ayudar a controlar a otras especies, que si se multiplican en demasía podrían dañar los cultivos, convertirse en plagas. Se reconoce que un cultivo es sano y ecológico en la medida que tiene presencia de estos animalitos (lagartijas, arañas, sapos, ranas, polinizadores) que haya un equilibrio de especies diversas que impidan que una abunde más que la otra.
“Los sapos y las ranas se conocen como bioindicador, como su piel es permeable, respiran por la piel, no sólo por los pulmones, entonces los químicos con mucha facilidad los absorben por la piel, no necesita comer algo contaminado, sino que el contacto ya contamina. Cuando tú vez un lugar que hay sapos o ranas, entonces dices este lugar tiene baja contaminación, es un hecho que tiene baja contaminación, por eso son los primeros en desaparecer” (Dusan Luksic y Emmiline Aguiar, fundo Orcococha).
Un lugar especial ocupan los insectos y animales polinizadores, por eso es importante tener flores que atraigan a estos insectos, porque ayudará a que polinicen también los cultivos. Esas plantas pueden ser cultivadas o también dejar crecer las silvestres:
“Aquí la caléndula nos trae un montón, hay otra silvestre espigadita que es un cardo naranja que está llena de colibrís y también abejitas, y los geranios” (Martín Cabrera, agroecólogo).
Entre los polinizadores podemos mencionar variedades de escarabajos, abejorros, avispas, mariposas, colibrís, polillas, moscas, murciélagos, etc., pero las más importantes son las abejas.
En Cusco existe una bonita iniciativa denominada El Santuario de las Abejas. Sus promotoras nos cuentan la razón de este proyecto:
“El proyecto siempre ha sido con una visión de conservación, de respeto y de recordar que realmente la abeja aparte de ser la polinizadora, es dualidad pura. Entonces si tiene una parte material muy importante, la parte espiritual importante tiene que estar y ésta se ha olvidado mucho. Es como tener centros donde la abeja se pueda recuperar, darle espacio, darle tiempo, no presionarla, y respetarla, y si encima de vez en cuando nos sentamos a escuchar... es bueno para ella y es bueno para nosotros”.
Nos explican que una colmena funciona como un organismo vivo, en el que cada abeja es una pieza del sistema.
“Que ese organismo salvaje se haya dejado meter a un cajón, a un hueco de corcho, de cerámica o mimbre de colmenas, es porque allí ya hubo un acuerdo. ‘Yo te cuido, tú me cuidas’. Yo creo que la abeja no se dejaría si no hubo un acuerdo y simbiosis entre abejas, hombres y mujeres. Y allí las que llegaron fueron las mujeres que eran las que recolectaban alrededor de los hogares y las que conectan más con la abeja. Entonces cuando hubo ese traspaso de la apicultura, de extraer mucho más, incluso quemando la colmena y extrayendo lo que resultaba al manejo apícola, tuvo que haber un paso de acuerdo a presencia espiritual”.
Pero ese acuerdo ha sido alterado los últimos tiempos, y eso está afectando a las abejas, por eso la necesidad de protegerlas.
“A las reinas se las viola directamente en laboratorio, se las insemina artificialmente. A partir del 2006 las abejas han colapsado de golpe. Es una cosa rarísima, los científicos no tienen idea de lo que está pasando. Para mí a nivel colectivo, cuando sus hábitats se reducen, cuando todo está contaminado, las especies como ente colectiva empiezan a decidir ‘este ya no es nuestro espacio’. Hoy en día las abejas podrían hacer sus colmenas de forma natural pero pasa que ya no tienen espacio, ya todo está tan depredado. Ellas anidaban mucho en cuevas y huecos de árboles, pero nos lo hemos cargado todo” (Alicia y Federica, El Santuario de las Abejas).
Formas de nutrir la tierra
La clave para tener cultivos sanos es tener un suelo sano, esto lo dicen los agroecólogos modernos y los sabios ancestrales. Y es que la Pachamama (madre Tierra) como la llamamos en el mundo andino, en 1 solo gramo de tierra tiene millones de microorganismos y otros animalitos que mantienen viva y saludable, no sólo a la tierra, sino a todas las plantas que allí se albergan; y por ende a todos los seres que la habitamos. Por eso subsiste ese profundo vínculo entre la gente del Ande y la tierra:
“La tierra existe para nosotros, por eso la respetamos, donde me encuentre yo, quien me alcance mi chichita, mi cervecita le doy, donde sea que esté” (Gregorio Chacón Lloqque, agricultor)
En ese camino de recuperar conocimientos, prácticas y también la cosmovisión andina, partimos mencionando la rotación de cultivos, tradicionalmente llamados laymes.
“Manejamos lo que es la rotación de cultivos, no podemos sembrar lo mismo en las camas que se está cosechando, vemos las plantas que donan nutrientes al suelo, las que consumen rápido también, tenemos que tener mucho en cuenta de las plantas que consumen poco” (Jesica Nina Cusiyupanqui, escuela ecológica Ecohuella).
A estas prácticas ancestrales, se suman conocimientos agro ecológicos que ayudan a nutrir el suelo sin recurrir a elementos químicos. Estas pueden ser compost, humus, mulchin, bocachi, purines; que vienen siendo aplicadas por agricultores que al dedicarse al cultivo sano, se han capacitado en estas técnicas.
“Hay composteras en la casa que están ahí un año y ocho meses, eso lo usamos ya cuando se descompone, pero si requerimos urgente ya para abonar las camas, hacemos bocache. En el bocache solo ponemos, para que pueda mejorar, bastante ceniza, y para que se descomponga a veces le echamos chicha… Nosotros no usamos mucho estiércol, lo que usamos es poco, lo que tenemos de los cuyes … Ahora entiendo que el estiércol muchos lo usan, pero el problema es que ya los nutrientes no es al 100%, debido a la alimentación de los animales, ellos ya asimilaron los nutrientes” (Jesica Nina Cusiyupanqui, escuela ecológica Ecohuella).
“Entonces como que existe un equilibrio que es lo que la planta alcanza naturalmente cuando tú haces un abonado orgánico, que el suelo rico en microorganismos va a darle a la planta lo que la planta necesita, que si metes químicos estás dándole un exceso de nutrientes entonces la planta crece grandota pero tiene muy poca resistencia a plagas” (Dusan Luksic y Emmiline Aguiar, fundo Orcococha).
Estas formas de reutilizar la materia orgánica también son una forma de reducir los niveles de basura. Los desechos orgánicos suelen ocupar la mayor parte de la basura, en zonas rurales se pueden destinar a alimentar algunos animales, pero ¿qué hacer en las ciudades? En Cusco existen algunos proyectos municipales de compostaje, pero la cantidad de desechos orgánicos es mucho mayor de lo que pueden captar estos proyectos. Sin embargo, pequeñas iniciativas demuestran que no necesitamos grandes proyectos para este tema, pues todas y todos podemos empezar a compostar nuestros residuos orgánicos para así poder nutrir nuestros suelos.
“Lo que funciona muy bien es el mulchin, todas las hojas, no hay una hojita que se va a la basura, todas las que caen se quedan allí. Yo sé que estéticamente a mucha gente no le gusta tener una hojita seca encima, que tiene que estar así la tierra desnuda y eso es lo peor que podemos hacer con el suelo” (Marco Chevarría, criador de huerto urbano).
Volviendo a lo ancestral, Cusco es admirado por su pasado histórico y uno de los motivos de orgullo histórico son los amplios sistemas de terrazas construidos por los ancestros. Las investigaciones recientes van descubriendo que estas terrazas o andenes (nombre más utilizado en Cusco) albergaban suelos mejorados, a manera de grandes camas o bancales. La mayoría de estas ya no son cultivadas y tienen un uso solo turístico, muy pocos siguen funcionando.
La diversidad de espacios posibles de cultivo
En las comunidades aún funcionan sistemas de trabajo colectivo, en los que todas las familias participan en el cultivo, cumpliendo distintas labores. Y en los cultivos familiares, estos recurren al ayni, la reciprocidad, en que cada familia trabaja con el apoyo de algunos vecinos, a quienes a su vez apoyará a su turno.
“En las zonas de arriba todavía está el ayni, trabajan unidos, todos se conocen, todos se ayudan… Conozco varios compañeros que tienen ya dinero pero siguen cultivando pero para ellos, su sostenibilidad, no para venta” (Fernando Gutierrez, cheff).
En las comunidades cultivar es algo cotidiano, pero como no es una actividad rentable en términos monetarios, cada vez hay menos gente trabajando en la agricultura, muchos han ido migrando a las ciudades en busca de trabajos mejor remunerados. En este contexto, la agroecología se presenta como una posibilidad de mejorar esta situación, pero el nivel de consciencia del consumidor todavía no es suficiente. Es clave la vinculación del consumidor con el productor, conocer la forma en que se trabaja la chacra, entender lo importante que es para la sobrevivencia de todas las personas, cultivar de forma natural y tradicional para mantener y criar ecosistemas libres de contaminación, esto hace que se le valore más y a la vez se fortalece la autoestima de los agricultores.
“Es un proceso de 5 años hasta que el suelo se recupere, hasta que las plantas se recuperen. 5 años es crear un ecosistema en que te vas a aislar con las plantas, los insectos van a estar al borde pero no entran. Hay varios casos de gente que cultiva como en una isla en medio de agroquímicos y se mantiene porque existe una ecología y los insectos no tienen como entrar” (Dusan Luksic, fundo Orcococha).
“Dijeron: ‘quiero que produzcan verduras orgánicas, huevos orgánicos’ y todo eso, te estoy hablando del 2005, hicieron una organización y nació Aproasi. Esta empezó a explicarles cómo deben hacer el cambio, cómo debemos de trabajar… pero en el momento de venta no hubo demanda, se quedaron con sus productos, tú sabes que trabajar ecológico requiere bastante tiempo, paciencia, dedicación a cada cosita. En vista de eso ellos dieron un paso al costado y dejaron el trabajo… [Para los que seguimos] Es un poquito difícil controlarlo pero ya nos hemos acostumbrado al trabajo que tenemos, lo que nos importa es darle buena alimentación a nuestros clientes, que se sientan satisfechos, tranquilos, y cuando algunas veces gustan van también a nuestras parcelas” (Liz Galiano Rampas, agricultora).
Pero no se necesitan grandes extensiones para cultivar, en plena ciudad del Cusco, en el interior de una vivienda, Marco y Ronald tienen un huerto urbano, con todo un ecosistema en el patio de su casa, incluso con animalitos de granja. Ellos nos cuentan su experiencia:
“Me di cuenta de que hay una variedad de flores nativas que son bellísimas, que nadie las valora, nadie las conoce y son las más fáciles de cultivar, llegan a una plenitud maravillosa sin que tengas mucho esfuerzo… El jardín cambió, porque antes eran plantas grandes y gras y no hay nada más antiecológico que el gras, porque si quieres que esté bonito tienes que estar regando todo el tiempo. De allí destinamos un espacio, el cambio se hizo con cercas de tejas para las verduras, lo que pueda crecer allí y otro espacio para los animalitos y ahora más tiene un look de una granjita urbana”.
El espacio es sorprendente, no sólo por la cantidad de plantas conviviendo en el patio, incluidos varios árboles, sino que al reconstruir el ecosistema, han logrado adaptar especies de climas más tropicales, que aparentemente no podrían subsistir en un medio más frío como el Cusco.
“Un experimento que estamos haciendo, no a muy groso modo, hemos traído plantitas que son tropicales, algunas las tenemos dentro de la sala, hay un caucho también, está bien puesto, está creciendo por ahí y es de la selva” (Marco y Ronald, huerto urbano).
Así van naciendo cultivos en jardines, en algunas bermas fuera de casa, incluso conocemos una pareja que cultivan algunas plantas en macetas. La idea es recuperar el contacto con la naturaleza, si bien este tipo de cultivos no van a proporcionar una gran parte de la alimentación requerida, al menos brindan algunos elementos, como algunas hortalizas y yerbas para condimentos, que también nos nutren.
Con todas las personas que conversamos, coincidieron que todas y todos podemos hacer grandes o pequeños ecosistemas, o aportar a las diversas especies que conviven en éste. En el espacio que estemos, desde hacer compost o humus, pues al recuperar diversidad de microorganismos también se ha generado un ecosistema. Teniendo flores diversas, sea en un balcón o en un pequeño jardín que atrae a diversos polinizadores y animalitos, también estamos aportando a un ecosistema. Y así podrían citarse muchos ejemplos.
La recuperación de ecosistemas de forma natural es indispensable en un contexto de cambio climático. Recuperar suelos vivos con materia orgánica ayuda a absorber gases de carbono. Nos ayuda también a recuperar especies de las que dependemos para seguir sobreviviendo y que se están extinguiendo por la cantidad de pesticidas químicos que se usan. Y a retomar lógicas biocéntricas donde somos uno más de todo un ecosistema, y reaprendemos a convivir con él.