Así definió Iván Illich1 los signos del fracaso del mundo industrializado, demostrando la vulnerabilidad de sus certezas y los mitos que le sustentan. Al señalar que la ausencia de límites destroza la vida social, llevó su cuestionamiento a sectores que parecían incuestionables, considerados en general una contribución del desarrollo económico al bienestar humano. La tecnología domina nuestra civilización –afirmó-, transformando al individuo en su esclavo al dejarlo sin posibilidad de elección. Las personas permanecen encadenadas, de hecho, a la producción industrial y también a la educación, al consumo de energía y a la medicina; actividades que ejercen, en efecto, un monopolio radical sobre la vida, impidiendo la participación de otros medios. En su libro La convivencialidad (1973), Illich definió de la siguiente forma el concepto: “Por monopolio radical entiendo yo un tipo de dominación por un producto (...). En ese caso, un proceso de producción industrial ejerce un control exclusivo sobre la satisfacción de una necesidad apremiante excluyendo en ese sentido todo recurso a las actividades no industriales (...). Es un tipo particular de control social reforzado por el consumo obligatorio de una producción en masa que sólo las grandes industrias pueden garantizar”. El proceso de producción industrial, pues, termina despojando al individuo de su posibilidad de hacer, limitando su propia autonomía y su libertad.Leer más
El fracaso del progreso industrial educación, medicina, transporte y alimentación.
por Mailer Mattié