Mientras que la tendencia en el mundo industrializado es frenar los planes de desarrollo de energía nuclear a raíz del siniestro del 11 de marzo en Japón, en Argentina se incrementa la capacidad de las centrales existentes y se erigen nuevos reactores.
Alemania y Suiza pusieron un plazo fijo a sus centrales, un plebiscito en Italia mostró un extendido rechazo a esta tecnología y en Francia consideran disminuir las inversiones en el sector.
Pero eso está lejos de ocurrir en Argentina. El gobierno de Cristina Fernández firmó en la última semana de agosto contratos para prolongar la vida útil de una de las dos centrales existentes en el país, anunció que está próximo a inaugurar la tercera y promete una cuarta para antes de 2020.
Todo a pesar de que la mayoría de los argentinos, aunque no lo expresa activamente, está en contra de seguir invirtiendo en esta tipo de energía cara y de riesgo, según una encuesta encargada este año por el capítulo local de Greenpeace.
El sondeo dio que 66 por ciento de los argentinos consultados consideran la energía nuclear "peligrosa" o "muy peligrosa", 74 por ciento sostiene que se debería eliminar esta opción de la matriz energética y solo 16 por ciento quiere incrementarla.