El Chaco Americano: Actores de la construcción de un territorio compartido

Mosaicos pluri-culturales y entramados de conflictos territoriales

, por Fundación Plurales , AVELLANEDA Nicolás, KREMER Liliana

Contrucción de identidades

Las construcciones de las identidades son procesos históricamente situados que concentran y recrean experiencias e imaginarios colectivos. Se producen y siguen produciéndose; más aún, aquellas que son percibidas como estáticas y ancestrales continúan siendo objeto de transformaciones. Son cambios que difieren ya sea por variables demográficas, sociales, políticas que interactúan y varían según el carácter más o menos permeable de cada una de ellas (Escobar, 2004). Las identidades son construcciones ya que toda identidad cultural, rural y/o urbana recoge insumos de la historia, la geografía, la biología, la política, la estructura productiva y reproductiva, de las memorias personales y colectivas; en asociación con la cultura y en correspondencia con el poder (Castells, 2001).

Así, las identidades se conforman en el marco de las relaciones que se establecen con otros, en espacios y tiempos particulares. Son parte inherente a la interacción social lo que supone que sin identidad no habría sociedad (Jenkins, 1996). Hall (2003) se refiere a la identidad como la aprehensión particular de inscripciones culturales que se encuentran en el entorno, en un grupo y a nivel social. Un efecto central es el de marcar fronteras entre un “yo”, un “nosotros” y los “otros”, como resultante de una diferenciación a partir de marcas culturales distintivas. Algunos aspectos centrales sobre la noción de identidad son:

1) Las identidades son relacionales: se producen a través de la diferencia y no al margen de ella. No son datos ni objetos ni algo dado que la gente o los grupos poseen de una vez y para siempre. Por esto no son inmutables, ni constantes, ni perdurables.

2) Las personas y grupos poseen múltiples identidades que pueden cambiar según los contextos de interacción (Rattansi y Phoenix, 2005). Cada persona tiene, al mismo tiempo, una identidad étnica, de género, profesional, generacional, sexual, territorial y otras, que se expresan en sus distintos ámbitos de actuación.

3) El concepto de identidad es estratégico, que marca lo que es: no señala un núcleo estable del yo que se desenvuelve sin cambios a través de todos los acontecimientos de la historia; no es un “yo que ya es” y que sigue siendo siempre “el mismo”. Tampoco es “un ‘yo colectivo’ que se oculta dentro de los muchos otros ‘yos’, artificialmente impuestos, que un pueblo con una historia y una ascendencia compartidas tiene en común” (Hall, 1992)

4) Cholos [1], blancos, gringos, extranjeros, mestizos, cholitas [2],birlocha [3]., chojcho [4], etc. son más que rótulos, indican desde lo real o ficticio, lo que las personas y grupos utilizan socialmente, para configuran sus identidades y las del “otro”. Estas expresiones son parte de sistemas clasificatorios que usamos en nuestras interacciones (Bruner, 2004). Se entiende por identificación social, el “proceso mediante el cual un individuo utiliza un sistema de categorizaciones sociales para definirse a sí mismo y a otras personas” (Chichu, 2002). La identificación es definida y utilizada por los actores sociales en el marco de procesos de reconocimiento, aceptación o rechazo. Cambiar de contexto implica introducirse en otros espacios sociales con otros sistemas clasificatorios y, por lo tanto, con modificaciones identitarias.

5) La identidad se expresa a través de las narrativas de las personas y grupos, siendo esta la que construye la identidad de sujetos y colectivos; no al revés (Vila, 2007). Las narrativas pueden ser escritas, orales o no lingüísticas, tales como la organización social, los sistemas productivos, la construcción del territorio, el uso del espacio, la religión, la forma de vestirse, los códigos y símbolos, ritos, festividades, la arquitectura. Es en estas narrativas, que se construyen, disputan y transforman creando otras percepciones, pensamientos, experiencias, prácticas y relaciones, ya que son discursos que tienen efectos materiales sobre cuerpos, espacios, objetos y sujetos como cualquier otra práctica social.

6) Las identidades hacen referencia a las diferencias, a la desigualdad y a relaciones de dominación. Sus prácticas se entrelazan con la conservación o confrontación de jerarquías económicas, sociales y políticas concretas. Las distinciones de clase, género, generación, lugar, raciales, étnicas, culturales, etc., plantean dispositivos históricos de desigualdad en la distribución y acceso a los recursos.

7) Las identidades constituyen espacios de dominación y acatamiento, pero también de resistencia y empoderamiento. producidos por una formación social específica

8) La constitución del sujeto no es anterior a las identidades. Gupta y Ferguson indican que las identidades pendulan entre un modelo de sujeto que controla su identidad como si fuese una posesión elegida– y otro, que se impondría irremediablemente sobre los individuos. Ambas posturas asumen al sujeto como una entidad previa a las identidades, “como una máscara o jaula que habita”

9) Las identidades individuales se complementan con las identidades colectivas diferentes: colectivas: políticas, culturales, de clase, etc., que se construyen a través de procesos atravesados por relaciones de poder. La delimitación de las identidades y las alteridades encuentran su estabilidad socio-cultural en la relación que establecen con el territorio y en un aquí y ahora que las ubican y apuntalan (Augé, 1996).

En torno a expresiones de identidades locales en el Chaco

“Soy chaqueña” se escucha cotidianamente. Sin embargo, esta expresión no encierra más que heterogeneidades en un gran paquete. Las identidades tienen un papel central en las relaciones que se entretejen en este lugar, en el que no hay una identidad propia ni única que los identifique, por lo contrario, son múltiples las identidades que cada actor social incorpora, acarrea, preserva y aparta entre todas aquellas que va recogiendo, transformando, construyendo en sus recorridos vitales.

Los conflictos de identidad en el Chaco se relacionan con los temas de inclusión y exclusión social, problemas y procesos históricos que provocan la discriminación de un amplio sector de la población. La discriminación no solo se expresa entre indígenas y no indígenas, sino también entre chaqueños de nacimiento y migrantes de otros lugares, sobre todo del Occidente Boliviano; o hacia grandes ciudades como Córdoba, Salta o Rosario en Argentina.. Dinámicas territoriales, económicas y políticas en el Chaco. Estos conflictos muestran como la desigualdad es generadora de conflictos en la región (como ejemplos podemos citar la coparticipación tributaria por la explotación hidrocarburífera en Bolivia; o los discursos de sectores de la población urbana en contra de las autonomías indígenas)

Los pueblos originarios en el Chaco Americano

El Chaco fue una región de gran complejidad sociocultural. Mantuvo fluidas relaciones e intercambios con otras áreas, como la andina, la amazónica y la pampeana. Ello sucedía antes de la llegada de los españoles y se mantuvo durante la permanencia de estos, pero fue decreciendo a partir del momento en que fueron expulsados, pues con la independencia comenzó un creciente avance del Estado y sus instituciones en esos territorios, lo cual no favoreció dichos intercambios.

Actualmente la población indígena del Chaco Trinacional se estima en alrededor de 600.000 indígenas, pertenecientes a alrededor de 27 grupos étnicos (Proyungas 2014). Muchos de estos grupos comparten la misma familia lingüística y tienen la misma denominación, pero se autodenominan como comunidades diferentes.

Según el Atlas del Chaco Americano [5], se puede agrupar a los indígenas chaqueños por afinidad lingüística en cinco grupos de idiomas (1) Zamuco(Ayoreo y Chamacoco), (2) Guaycurú (Kaduveo, Toba, Pilagá y Mocoví) (3) Lengua-Maskoi (Enxet, Angaité, Sanapaná, Guaná y Toba-Maskoi), (4) Matako-Maká (Wichí, Chorote, Niwaqlé y Maká); (5) Tupí-guaraní (Guaraní occidentales, Izoceños, Guarayo y Tapiete).

Esta clasificación es solamente una de las posibles, y se presenta como una forma de entender la diversidad cultural y lingüística que se encuentra en la región. Estas lenguas, no necesariamente se asocian con unidades sociales determinadas: pueblos que posean o hayan poseído una organización social propia y distinta, incluyendo redes sociales de intercambio en cualquiera de sus formas y un liderazgo compartido. Al mismo tiempo, cada uno de estos pueblos, se encuentra en diferentes localidades dentro de la región del chaco, en algunos casos, hasta en distintos países, como por ejemplo la comunidad Guaraní que trasciende las fronteras nacionales.

El Gran Chaco Americano, más allá de considerarse una eco-región singular tiene una población de pueblos indígenas que comparten su territorio con campesinos, criollos, migrantes y descendientes de migrantes, lo que configura un territorio con una multiplicidad de actores con gran diversidad cultural, lingüística, de usos y costumbres que se aferran al entorno natural como fuente de recursos para la subsistencia. Sin embargo, esta fortaleza también es fuente de conflictos y amenazas.

Tanto el proceso de colonización, como las distintas olas migratorias y actualmente los cambios en el uso de la tierra, han impactado fuertemente en la población originaria de la región, reduciendo el territorio histórico de estas comunidades, el número de habitantes y claramente sus oportunidades de subsistencia.

Castro-Gómez afirma que la homogenización de la población latinoamericana –por intermedio de sus Constituciones Nacionales y la creación de los Estado Nación- no implicó la democratización de las relaciones sociales y políticas; tal como lo supone el imaginario del Estado moderno y su perspectiva eurocéntrica de nación. En la región, la homogenización fue producto de la exclusión, y muy a menudo de la eliminación de un sector importante de la población: indígenas, negros y mestizos (Quijano, 2000).

Estas han sido históricamente, las comunidades abandonadas por los gobiernos, y que luchan, desde entonces, por reivindicar sus identidades, prácticas, usos y costumbres. Luchas que se vincula directamente con el reconocimiento de su posesión histórica de las tierras, los recursos naturales y su forma de sobrevivencia.

Para apreciar la diversidad chaqueña, conviene mencionar los grupos aborígenes que habitaron la región. Una de las formas de identificarlos es clasificarlos por sus lenguas. En el Chaco argentino se pueden identificar cinco familias: guaycurú, mataco-macá, tupí-guaraní, arauac y lule-vilela. Los tobas, pilagás y mocovíes hablan lenguas pertenecientes a la primera de esas familias. Entre los tobas se distingue a los orientales de los occidentales, grupos que hoy habitan, respectivamente, el este de las provincias del Chaco y Formosa y la zona de Tartagal y Embarcación, en Salta.

Los pilagás ocupan el centro y norte de Formosa, mientras que los mocovíes están asentados en el centro y sur del Chaco y el norte de Santa Fe. A pesar de hablar lenguas guaycurúes, estas tres parcialidades tienen alguna dificultad en entenderse, pero pueden reconocer palabras, formas gramaticales y denominaciones comunes.
Hablan lenguas de la familia mataco-macá los wichis (o matacos), que residen en el noroeste del Chaco y el oeste de Formosa, los chulupíes o churupíes (o nivaclés), en Tartagal, y los chorotes, en Santa Victoria Este, Salta. En líneas generales, los indígenas chaqueños fueron mayoritariamente cazadores recolectores, pero algunos, como los chorotes, chiriguanos y chanés, practicaron una horticultura y agricultura incipientes. La ganadería se relaciona con la llegada de los españoles.

Los intentos militares y misionales de hacer sedentarios y ‘civilizar’ a los indios chaqueños obtuvieron resultados efímeros. Por lo común lograban reunir cierta cantidad de ellos en un ámbito controlado e iniciarlos en el modo de vida del blanco, pero por diferentes razones, como enfermedad, guerra, hambruna o desastre climático, los indígenas terminaban abandonando el asentamiento.

Las comunidades aborígenes contemporáneas resultaron del avance del proceso colonizador, por el cual, durante un tiempo, convivieron en un mismo espacio indios sedentarios con restos de bandas nómades. Con los años, contingentes de hombres, y después familias, se mudaron desde esos asentamientos rurales a pueblos y ciudades de la región en busca de trabajo urbano, por la escasez del rural cuando decayó la demanda de mano de obra en obrajes, plantaciones de algodón e ingenios azucareros. Así nacieron, hacia comienzos de la década de 1970, barrios wichis y tobas en Ingeniero Juárez, tobas en Clorinda, Formosa, Resistencia. Tales barrios, caracterizados por condiciones precarias de vida, concentraron una importante población aborigen. Por otra parte, ya desde mediados de la década de 1960, las migraciones, especialmente de tobas, comenzaron a alcanzar Santa Fe y Rosario, e incluso llegaron hasta Buenos Aires, donde se formaron varios enclaves de esa etnia en villas miseria del área metropolitana. La sedentarización trajo cambios profundos en las formas sociales y culturales y en la identidad aborigen. Poco a poco, los indígenas fueron aprendiendo castellano, sus niños empezaron a ir regularmente al colegio y sus jóvenes debieron realizar el servicio militar, todo ello enfrentando dificultades diversas; como la escasa adaptación de los programas escolares a las culturas y lenguas indígenas. Entre los cambios en la organización social indígena generados por este proceso, la antigua familia extendida quedó reemplazada por la familia nuclear.

La unidad primaria de la sociedad era la familia extendida, cuyos integrantes compartían recursos sin un mecanismo central de autoridad, lo que excluía la acumulación de bienes por los individuos. El trabajo estaba dividido por sexos: los hombres cazaban y pescaban; las mujeres recolectaban frutos del monte y del campo, preparaban la comida, tejían y cuidaban de la familia. Caza, pesca y recolección se llamaban genéricamente marisca. Para capturar esas presas, se valían de arco y flecha, lanza, cuchillo y redes. Su recolección se hacía a mano o con el auxilio de palos, cuchillos y canastas tejidas. Todas esas actividades daban lugar a la socialización por sexos de los niños y niñas, que desde la infancia acompañaban a sus mayores en las correspondientes salidas de marisca.

En Argentina, la región del Chaco nuclea hoy a la mayor cantidad de etnias del país (7); ocupan las provincias de Santa Fe, Chaco, Formosa, Salta y Jujuy. Son Tobas, Pilagás, Mocovíes, Matacos, Chorrotes, Chulupies y Chiriguanos-Chanés que en un número aproximado a los 90.000 subsisten con sus formas de vida originarias, manteniendo los patrones comunitarios y alternando con la realidad de los contextos regionales en los cuales se asientan. La mayoría vive en el monte sin ser propietarios de las tierras que ocupan, salvo por unos pocos que tienen títulos, pero ya no es el monte rico y sin límites de la antigüedad. Otros viven en barrios suburbanos de Saenz Peña, Resistencia y Formosa. 

En los últimos años han recuperado, en la provincia del Chaco, unas 29.000 hectáreas de tierra con títulos de propiedad definitivos o provisorios. En reserva existen aproximadamente unas 365.000 hectáreas con el reconocimiento por parte de las autoridades de los derechos indígenas sobre las mismas. Constituyen comunidades rurales o urbanas con sus líderes tradicionales o comisiones vecinales, asociaciones comunitarias, cuyos miembros son elegidos por la comunidad. 
Cultivan pequeñas parcelas, son peones temporarios en los algodonales, obrajes, aserraderos, hornos de ladrillos y carbón o empleados municipales en los pueblos. Ocasionalmente cazan, pescan y recolectan frutos y miel silvestre si las condiciones lo permiten.

En la Provincia de Formosa existen tres etnias: Toba Qom, Pilagá y Wichí.
Los WICHI O MATACOS MATAGUAYOS Geográficamente, se ubican en la zona centro oeste de Formosa. Es el grupo étnico más numeroso. Trabajan el chagüar, caraguatá, palo santo, cerámica, lana de oveja y semilla.

Los TOBA QOM viven en el centro este y oeste de la Provincia de Formosa, En cuanto a su población esta etnia se encuentra en segundo lugar. Se destacan por sus tejidos en lana muy coloridos en pre-telar y telar; en cambio, la cestería la realizan en palma y totora. 

Los PILAGAS son los menos numerosos del territorio formoseño. Realizan piezas artesanales hechas en carandillo y la lana en telar.Actualmente, existen unas 110 comunidades más o menos estables, 32 de ellas corresponden al grupo Toba Qom y se encuentran en la zona este de la Provincia, es decir, en la región que se extiende desde el límite con el río Paraguay hasta una línea imaginaria que une los ríos Bermejo y Pilcomayo.

La Nación Guaraní

El pueblo guaraní occidental está formado por los Ava-guaraní, que es el grupo mayoritario (alrededor de 21 000 personas), los Chané (aproximadamente 1500 personas) y los Tapieté ó Tapy’y (cerca de 700 personas).Los Chané tienen un origen distinto pero han adoptado la lengua guaraní.Los Ava-guaraní son llamados también Chaguancos ó Chiriguanos, pero ellos prefieren la primera denominación. Por su peinado característico son también llamados Simba (trenza en quechua).No son originarios del Chaco pero su historia quedó ligada a la de los pueblos chaqueños.A medida que la situación en el chaco boliviano se les hacía insostenible, fueron ingresando al territorio argentino como braceros para la zafra azucarera o como refugiados de guerra.Por eso se han ubicado mayoritariamente a lo largo de la ruta 34 que fue primero el camino de las misiones franciscanas y luego el camino de los ingenios

La Región del Chaco Salteño: Muchas son los pueblos que viven en el Chaco Salteño. Los pueblos originarios son los Wichis, Tapieté (Tapy’y), Chorote (Iyojwaja), Chulupí (Niwaklé), Tobas (Kom’lek), etc.Desde la colonización del Chaco a principios de siglo por los criollos, se han visto limitados en sus ancestrales recursos de cazar y recolectar, debido a que los criollos son fundamentalmente ganaderos y el ganado debe ser muy bien controlado en el chaco salteño para no desertificarlo.

Algunos datos para entender la realidad de las comunidades Originarias hoy

Las Constituciones de los países y las Convenciones Internacionales han avanzado en el reconocimiento de los derechos de estos pueblos; sin embargo las sociedades actuales necesitan trabajar fuertemente en este reconocimiento, ya que son estas las comunidades más rezagadas de los países miembros de la región.

En Argentina, la cantidad de población indígena se ha incrementado en los últimos años por un incipiente proceso de reconocimiento que se presenta en el país debido a la incorporación de políticas públicas orientadas a tal fin, como también por la gran lucha de las comunidades por la reivindicación de sus derechos. Sin embargo, la mayoría de las tierras en las que se asientan las comunidades no están tituladas, generando conflictos entre los grandes empresarios agroindustriales y las comunidades. Los procesos de desalojos, muchas veces violentos, y siempre invisibilizados, son una constante.

En Bolivia, el proceso es distinto. Desde hace algunos años, las comunidades originarias se han ido incorporando a la escena pública, y el reconocimiento de las mismas se observa en la nueva Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, que incorpora los “Derechos de las Naciones y Pueblos Indígena, Originarios, Campesinos” [6]. Los movimientos sociales, las organizaciones campesinas, y los pueblos originarios en Bolivia, han tenido y tienen la capacidad de movilizarse para fortalecer y consolidar procesos ciudadanos e incidir en modificaciones estructurales del Estado. Apuntan a generar nuevos mecanismos de inclusión e intentan modificar relaciones de género, raza, etnia, de clase; lo que visibiliza grandes contradicciones, como presionar y a veces, modificar políticas públicas como las extractivistas y modos de apropiación privada de los recursos públicos (Kremer 2014).

En Paraguay, la población indígena representa 1,7% de la población total (censo 2002), organizados en 17 pueblos distintos. Una problemática central (semejante a los otros pueblos indígenas) es la marcada desigualdad en la tenencia de la tierra. Se estima que las familias sin tierra o insuficientes sería de 300.000. Datos significativos: su supervivencia y culturas se asientan en el acceso y uso de la tierra.

La tenencia de la tierra presenta fuertes desigualdades: según el último censo agropecuario el1% de los propietarios concentra el 77% de las tierras mientras el 40% de los agricultores poseen de 0 a 5 has, representando sólo 1% de las tierras agrícolas. En comparación con el censo de 1981, el fenómeno de minifundio se profundiza y acelera. El dato de la encuesta integral de hogares (DGEEC, 2002) coincide con este panorama global: el 29,7% de la población rural no posee tierras [7].

Las comunidades y organizaciones indígenas enfrentan problemas y amenazas para acceder a la justicia y pocas respuestas de los gobiernos a sus demandas relacionadas con la tierra, el agua, la vivienda, la educación bilingüe, la salud y el transporte.

La titulación de tierras, o la obtención de la personería jurídica para una comunidad, siguen siendo procesos lentos y complicados, acentuando su vulnerabilidad. Ser desalojadas o sus tierras ocupadas en la disputa por el acceso a los recursos naturales (bosques, pastura, vivienda).

En el territorio coexisten actualmente más de cien disputas por reclamos de tierra liderados por comunidades y organizaciones indígenas que en su totalidad representan unos 21.550 km2 de los cuales, al día de hoy se han recuperado 1.788 km2.

A pesar de esta situación, hombres y mujeres indígenas en todo el Gran Chaco siguen organizándose y ejerciendo acciones de incidencia y presión